Fin del tiempo de cerezas

Dejando atrás el estío y recibiendo una nueva estación de hojas muertas, higos, piescos y la vendimia

Manuel García Linares

Manuel García Linares

Ya se acabó el tiempo de las cerezas con su primaveral belleza; tentadoras y atractivas, ya sean carmesí o doradas, siempre son apetecibles por su dulce sensualidad; el final de su cosecha coincide con la del estío, fruta refrescante en las tórridas tardes tras las faenas de la hierba o el trigo, van dando paso a otros tentadores frutos como son, las manzanas, los piescos, y los higos, las nueces o las castañas, placeres de la pasión y el paladar, que la naturaleza nos ofrece con gratuidad, pero que los mercados, con frecuencia, las hacen inalcanzables.

Hace años, tras la guerra de los Balcanes, se acercaron a Oviedo unos profesores de la Universidad de Sarajevo, que venían a hacer un estudio sobre el Románico. Se acercaron a Obona, acompañados de otros profesores de la Universidad de Oviedo, todos ellos iban acompañados de sus parejas; mientras tomaban notas de los detalles del monasterio, la esposa de uno de ellos les dijo: "Veo mucha fruta en los árboles, ¿podríamos coger alguna ?, vamos a preguntar en la tienda". Y les contestaron que sin problema, a la vez que les daban una bolsa. A la vez que les daban las gracias les dicen: "Ya es muy tarde y la fruta está a punto de pasarse, ¿cuando la recogen?" "No, aquí la fruta no se recoge, se compra en la tienda". A lo que le contestaron; "¡Cómo se nota que tenéis la guerra lejos..!

Antes, sin coches ni industrias, se llamaba "pertinaz sequía". Eran tiempos de faenas de hierba y cereales, de labores en el amanecer y sestear a la sombra del balagar, para luego disfrutar con el botijo, la bota o la sidra, en el quicio de la puerta, en animada tertulia; con la "fresca" a la puesta del sol, las golondrinas revoloteaban en rápidos cruces para cazar los diminutos insectos a la vez que hacían pasadas sobre la superficie del río para saciar la sed; a la hora del crepúsculo aparecían los murciélagos, algunos de los cuales eran martirizados por los mozos que fumaban ideales al cuadrado… Es posible que nos hayamos fumado todos los "ideales", porque ya no quedan.

Los chavales subían, con sus alpargatas, "agatañando" a las cerezales para disfrutar del placer de las cerezas recién maduradas y, una vez saciados, "esguilaban" tronco abajo, con unos "cañuelos" en las manos de brillantes frutos color rubí para entregarlos a su enamorada, frutos de emociones veraniegas. Qué mejor regalo que esas cerezas cargadas de apetitoso erotismo, pero contenido con pudor, respeto y mucho candor, nada de besos robados en los labios de bello color cereza, eran besos consentidos y deseados.

Pero los tiempos de las cerezas finalizaron con el verano y cara al otoño las horas de luz se van reduciendo a la vez que van finalizando las fiestas de los pueblos que dieron vida durante unos meses aldeas, llenando calles y caleyas de vida, color y alegría. Ahora son tiempos de hojas muertas, de higos, piescos, avellanas, nueces y ya se preparan las castañas, pero seguiremos con la historia del beso. Cuántos besos se daban en los escaños de la "tsariega", besos robados, saboreando nuevos frutos de nueva estación, de nueva savia, como la obra de Julian Huxley. Nuevos odres para vino nuevo. Y así nos preparamos para nuevas celebraciones otoñales.

Parece que este año ha habido una buena cosecha, los viñedos a rebosar y los vitivinicultores pletóricos. Con lo cual Cangas e Ibias han celebrado la vendimia por todo lo alto, pisaron uvas garnacha, pinot noir, alvarín, pero siempre con carrasquín , variedades para la obtención de unos buenos mostos pero, evitando sobre todo "Las uvas de la ira" de Steinbeck, obra en donde se refleja una situación no muy alejada de la que en la actualidad estamos viviendo en el mundo rural de la Asturias vaciada.

Disfrutemos las frutas y los caldos de temporada y celebremos la recolección, a la vieja usanza con las fiestas de la vendimia.

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