Los lentos avances de la terapia génica

Un Innovador modo de evitar la hemoglobina enferma

Martín Caicoya

Martín Caicoya

Explica Jaime Salinas cómo el niño se apropia del mundo cuando lo nombra: camión. Una red que echamos sobre el objeto que lo define y aprisiona. Clasificar y ordenar para poseer el mundo. Recuerdo una visita a una exposición muy sugerente. La recorrimos con el pintor y con sus palabras todo cobraba más significado. Entonces, cuándo vi entrar a un artista que conocía y le comenté la experiencia. "No me digas nada", me dijo. Él tenía la capacidad de mirar para ver. A través de sus ojos ingenuos las imágenes explotaban en significados y sensaciones. Yo tenía que acudir a esas palabras del autor para que me las despertara.

El ser humano siempre aspiró a clasificar para ordenar y entender el mundo. Al principio dando nombres de dioses a las fuerzas y fenómenos de la naturaleza. Ese afán taxonómico alcanzó el máximo en el XVII. Todas las manifestaciones de la naturaleza debían estar ordenadas y nombradas. Tres reinos: animal, vegetal y mineral. La cuestión es dónde está el límite entre seres vivos. A principios del XIX aparecen los protozoos, de proto, primario, anterior, como en prototipo, y zoo, animal.

Son animales eucariotas, como nosotros, porque ya tienen una estructura celular con núcleo donde se acumula el ADN y un citoplasma con cierto esqueleto y un montón de órganos. En plasmodium ya hay mitocondrias, la caldera donde se queman los combustibles que nos proporcionan energía para vivir. La teoría que adelantó Lynn Margulis, esa maravillosa bióloga, es que antes de declinar su independencia para incluirse en otra célula, las mitocondrias eran seres autónomos. De esa existencia anterior conservan un rudimentario ADN que los biólogos evolucionistas estudian porque solo, o casi solo, lo trasmiten las hembras.

Hay muchas familias del género plasmodium. Las más conocidas son las que producen la malaria: cinco. Plasmodium falciparum es el más peligroso.

La versatilidad y capacidad de adaptación de este protozoo es maravillosa. Baste decir que en varias encarnaciones se reproduce asexualmente y en la única que no daña al huésped se reproduce sexualmente. Lo hacen en el intestino de la mosquito anofeles. Desde ahí, el nuevo ser emigra a las glándulas salivales. Cuando el mosquito hembra pica a su víctima humana, ávida de alimento para sus huevos, en su saliva viajan los esporozooitos hacia la sangre del nuevo huésped. Circulan en el torrente circulatorio en busca de su albergue: las células del hígado. En su interior se reproducen asexualmente y saltan otra vez a la sangre, esta vez, atraídas fatalmente por los glóbulos rojos. Los invaden y otra vez se multiplican asexualmente hasta hacerlos explotar, una explosión casi sincronizada cada 48 horas. Son los picos febriles de la malaria. En esa proliferación algunos parásitos evolucionan a gametos, masculinos y femeninos. Fluyen en la sangre que anofeles absorberá como alimento, como fluido vital para su mortífera existencia

Durante muchos años se pensó que los falciparum de la malaria eran cosa de los africanos: una coevolución a lo largo de millones de años. Hoy sabemos que acompañan a los primates desde tiempo inmemorial y que probablemente saltaron de los gorilas a los humanos. En esa atroz convivencia con los africanos ocurrió la mutación de un gen que da la forma a la hemoglobina, esa proteína que ocupa casi todo el eritrocito y se ocupa de transportar el oxígeno.

Una hemoglobina mutada que hace que glóbulo rojo adquiera una forma de hoz, más pronunciada si ambos genes, el del padre y el de la madre, están mutados. En esos casos puede ser mortal. Sin embargo, un solo gen mutado confiere una cierta resistencia a la malaria. Una resistencia que se supone contribuyó a la difusión del gen en un ambiente de alta prevalencia de malaria. Esa selección resultó en que hay más africanos con el gen mutado y que ambos progenitores sean portadores. Cada vez más anemia de células falciformes, una enfermedad que causa mucho dolor y la muerte temprana.

Contra la malaria se desarrollan estrategias relativamente efectivas, incluida la vacuna. Contra la anemia falciforme prácticamente solo se puede actuar modificando la sangre. Una opción es anular la médula ósea, la que produce las células sanguíneas, e injertar la de uno compatible que fabrique hematíes. Es peligrosa y tiene resultados variados. Una segunda, más prometedora, es editar los precursores de los eritrocitos, modificarlos genéticamente para que dejen de hacer la hemoglobina enferma y vuelvan a producir la llamada fetal. Primero, como en el trasplante, hay que llevar al paciente a una aplasia total. Entonces se infunden los precursores de eritrocitos trasformados con el resto de progenitores. Hay varias estrategias que pueden aprobarse próximamente. De momento son extraordinariamente caras, no exentas de riesgo y no sabemos su pronóstico más allá de 3 años. Son los lentos avances de la terapia génica.

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