Predicar contra el movil con el ejemplo

Un problema creciente para los padres con hijos menores

Pilar Garcés

Pilar Garcés

El otro día en el parque, un bebé precioso de sonrisa desdentada me tiró los bracitos cuando hice contacto visual con él. Delante, la adulta acompañante estaba enfrascada en el móvil. La muy inútil había aparcado el carrito delante de un arbusto y de espaldas a los columpios, con lo que el pobre chiquitín giraba el cuello como la niña del Exorcista para buscar algún entretenimiento. La evolución de las especies ha hecho irresistibles a las crías de humano para garantizar su supervivencia, pero no contaba con la tecnología, que tiene en nuestros días mucho más tirón. Donde haya una influencer diciendo chorradas sobre cómo limpiar la lavadora por dentro que se quiten una criatura adorable o una puesta de sol. Hay restaurantes que proporcionan salvamanteles para dibujar y pinturitas para que los progenitores no les pongan delante de las narices un teléfono a sus churumbeles desde el aperitivo; otros que les da de comer gratis si los adultos dejan el móvil apagado y conversan. Ni por esas. Veo a niños de dos años pasear junto al mar con cascos en las orejas y una de esas abominables tabletas infantiles con agarres a su medida, mientras su padre habla con el manos libres. Como buenos nómadas digitales, podrían estar aquí o en Jutlandia en compañía de Peppa Pig, que es mucho más divertida que el cormorán que acaba de pescar ahí al lado. En el teatro, viendo una función infantil cuya entrada no ha resultado precisamente barata, un espectador adolescente se dedica a pasar vídeos sin levantar ni un minuto la vista de la pantalla, mientras su padre mira deportes en el suyo. La hermanita menor disfruta, pero no consigue compartir el momento con su familia y al final entabla conversación con otra pequeña sentada delante. No importa preguntarse a qué edad dispondrán estos tiernos ciudadanos de su primer smartphone.

Cualquier iniciativa tendente a retrasar el momento de entregar a un hijo el artefacto que será su mejor amigo cuenta con mi apoyo. Los 12 años son una frontera desesperada que se han puesto padres a los que sus vástagos aprietan desde los 8 para disponer de uno, porque los amigos tienen y los llevan al colegio, con las justificaciones parentales más peregrinas (se lo ha regalado su abuelo, es que así le puedo localizar, solo lo usa para llamarme a mí, es la época que nos ha tocado vivir, hay estudios que dicen que en realidad no afecta para tanto al cerebro en formación y a la atención). Cuando alcanzan la edad de empezar la secundaria siguen siendo igualmente inmaduros, pero la amenaza del aislamiento social y la presión para no ser el raro desconectado acaban por derribar las compuertas paternas. Puede ser a los 16, a los 15 o cuando se decida en función de las necesidades y la personalidad de cada chaval, pero siempre resultará más sencillo si no se ven siempre rodeados de adultos con la nariz enterrada en la pantalla. Hay un movimiento creciente de progenitores que no quieren que sus hijos tengan móvil, y paradójicamente se han organizado en un masivo grupo de mensajería instantánea para buscar fórmulas de disuasión y apoyo en los sectores educativos y poderes públicos, que de momento se desentienden. No quisiera ser la administradora de semejante chat, se tendrá que esconder en el baño para contestar, huyendo de las miradas recriminadoras infantiles: "¿Y tú qué? ¿Cuándo te van a quitar a ti el móvil?".

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