Cosa digna de admiración

Antonio Trevín

Antonio Trevín

–¡El espaldón!, dije yo.

–¡Los cubos!, dijo él.

Así nació la idea de los Cubos de la Memoria, del genial Agustín Ibarrola, al que hoy despedimos. Desayunábamos en el hotel Miraolas. Desde la cafetería del mismo estábamos mirando al puerto, él, Ignacio Quintana, Soledad Zubillaga, su mujer y Mari Luz, la esposa del pintor. Venían de Gijón y pararon en Llanes, convencidos por Quintana, para estudiar la posibilidad de realizar en el concejo llanisco una de sus obras de arte público.

Confieso que había estado siguiéndolo. Fui a Oma a ver el bosque que había convertido con sus pinturas en una referencia cultural mundial. Me pareció mágico. Visité después Allariz y quedé fascinado con las rocas que había convertido en esculturas. Y con los multicolores troncos de alisos en un río cuyo caudal no olvidará nunca al artista que llenó de color céltico su entorno. Quedé convencido. ¡Hay que seducir a Ibarrola con Llanes!, me propuse.

Y él aceptó a la primera. La escollera del puerto o, mejor dicho, sus monolitos lo inspiraron de inmediato. Eligió el soporte, se sumergió en la historia, la cultura, la naturaleza y la geografía humana llanisca y concibió un nuevo triángulo conceptual. Plasmó en los "manolitos" –como todavía los nombran algunos antiguos llaniscos de la mar– la memoria del concejo, la memoria del arte y su propia memoria artística. De ahí "Los Cubos de la Memoria" porque como él mismo confesó: "Pienso que el problema del espacio es inseparable del modo en que el hombre vive su relación con el entorno, y de la manera en que da sentido estético a su experiencia".

Y todo esto, con ser muy importante, no fue, para mi, el principal legado que Agustín Ibarrola dejó a Llanes. Su herencia mas entrañable fue la humana. Su propia humanidad y la de Mari Luz su mujer. No se puede entender ni la vida ni la obra de Ibarrola sin su mujer, también ya en el recuerdo. Una matriarca vasca en el mejor y más amplio sentido de la palabra, que dejó también importante recuerdo entre la ciudadanía llanisca. Desde los jóvenes artistas locales que pintaban a sus órdenes a los emprendedores locales que idearon reproducciones de sus obras en joyas, bombones y multitud de productos artesanos. Desde quienes les atendían en la hostelería o en el comercio local a los pescadores que observaban diariamente, al amanecer, admirados, como iba culminando su obra. A nadie extrañó que uno de ellos, ante el excepcional arribo de calamares gigantes al puerto llanisco, mientras terminaba su obra, exclamara: "Hasta los calamares no pueden resistir la tentación de venir a ver Los Cubos".

Debo reconocer que no todos fueron apoyos incondicionales. Durante la planificación y el desarrollo de la obra se le criticó a él y al ayuntamiento con las más peregrinas teorías. Que ¡cuánto se gastaba en ella!, cuando ni un euro salió de las arcas municipales para su realización. Que si la obra provocaría contaminación en Llanes. Qué si esto, que si lo otro. Hubo argumentos parecidos, en ocasiones, a los que se utilizaron para hostigarlo por su intervención en el bosque de Oma. Hasta de efímera se calificó su obra en Llanes, por parte de una concejal de cultura del gobierno Llanisco en la anterior legislatura. No fue más que una excusa para justificar el escandaloso abandono en el que mantuvieron estos últimos años a los cubos de la memoria. "Nadie está libre de decir simplezas. La desgracia es decirlas seriamente", como escribió Montaigne.

Agustín fue rompedor en lo personal, en lo artístico y en lo político. Siempre y pese a todo. Por eso pagó la defensa de sus ideas con la cárcel durante la dictadura franquista. Y la persecución, la amenaza y el hostigamiento por los abertzales defensores del terrorismo etarra. Pero nunca bajó la cabeza, nunca dejó que lo humillaran. Mari Luz siempre estaba ahí, para visitarlo en la cárcel o apoyarlo frente al terror. Y para solucionarle todas las cosas del día día, esas tan imprescindibles para que un artista pueda desarrollar con plenitud su obra.

Para ella, para Mariluz y para él, para Agustín, mi eterno y más sincero agradecimiento. Igual que para Soledad Zubillaga, la asistente personal que los acompañó y apoyó en todas sus estancias llaniscas. Los tres nos demostraron que "en los hombres (y las mujeres) hay más cosas dignas de admiración que de desprecio", como sentenció Albert Camus.

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