La brazada larga de Álvaro Queipo

El nuevo presidente del PP asturiano debe forjar la unidad interna para aspirar a reunir el voto del centro-derecha

Vicente Montes

Vicente Montes

El Partido Popular asturiano ha sido muchas veces noticia en sí mismo. Y cualquier grupo humano malgasta energías si las dedica de manera fundamental a sus asuntos internos. Los partidos políticos, que son instrumentos de la sociedad para transformar la sociedad, se pierden muchas veces en el juego de tronos doméstico, en batallas cortoplacistas y usualmente estériles o en supervivencias individuales a costa de torpedear a quien puede ocupar un sitio. Ocurre eso especialmente en aquellos partidos que no alcanzan el poder, o que lo hacen de manera muy ocasional.

Imaginemos que una formación política es un barco. El poder, entendido como la capacidad para llevar a cabo esa transformación social en base a las ideas, lo ensancha: abre escalinatas para atraer a nuevos pasajeros, enriquece con visiones y aportaciones distintas (o incluso discrepantes) y, en fin, navega con mucha más solidez y estabilidad. Todo el mundo tiene una tarea.

En cambio, la ausencia de poder, los malos resultados, empequeñecen ese barco: surgen las batallas por quién es el culpable de la mala travesía, se tira al timonel por la borda y los pasajeros del buque menguado se disputan el espacio para no acabar cayéndose por alguno de los costados.

El PP asturiano cierra con su congreso regional un año de cataclismo (en el que paradójicamente obtuvo unos notables resultados electorales) y da carpetazo a más de seis años de interinidad. Pero, además, el PP siempre ha navegado en mitad de temporales en los que, precisamente, los relámpagos y centellas estaban dentro del propio buque.

ILUSTRACION. BARCO. MAR

ILUSTRACIÓN. / LNE

Y gran parte de esas tormentas han terminado propiciadas por intervenciones desde la dirección nacional, convirtiendo al PP asturiano en una organización siempre bajo aparente tutela. A Génova se enviaban quejas, protestas o reproches internos. Y Génova quitaba y ponía, hacía o deshacía. Así a lo largo de décadas, el PP de Asturias se fue atomizando en familias (algunas incluso unipersonales), que buscaban alianzas y trataban de recibir algún viento de cara según las circunstancias, siempre temerosos de la guillotina o llevándola bajo el brazo, estableciendo una forma de actuar que acabó extendiéndose también a las estructuras locales, como si ese fuera el modo habitual de proceder.

Los populares asturianos necesitan resolver por sí mismos sus problemas y forjar y apuntalar liderazgos que vengan con el respaldo de apoyos de la militancia, capaz de dar o quitar razones. Los congresos (los del PP han ido ganando en democracia interna) son la vía para esa expresión interna.

Álvaro Queipo ha resultado elegido enfrentándose incluso a una candidatura competidora que no pasó el corte de la primera votación, lo cual anula la idea de "dedazo", aunque fuese la alternativa mejor vista en Madrid y, sin duda, la única con capacidad para otorgar cierta estabilidad al partido tras la salida de Diego Canga. Dadas las circunstancias, la presidencia debía salir del grupo parlamentario, o el PP se enfrentaría a una nada recomendable y larga bicefalia.

Queda un trecho para las elecciones autonómicas de 2027, en estos tiempos en los que todo discurre con velocidad vertiginosa. Y no apuntan malas perspectivas para los populares, dado el clima nacional y el alto riesgo de desgaste al que se enfrenta el gobierno de Pedro Sánchez. En Asturias, Álvaro Queipo tiene que mejorar en grado de conocimiento por el público y, sobre todo, debe apuntalar su liderazgo interno. Y debe tratar de reunir el voto del centro derecha, pero es difícil sumar de fuera cuando dentro lo que se ejercita son las divisiones.

Pero más allá de pensar en qué sello puede imprimir Álvaro Queipo al partido, también hay que preguntarse si el partido está dispuesto a dejarle establecer su impronta. Y eso solo puede hacerse silenciando rencillas, delaciones, vetos y cuchicheos, permitiéndole rodearse de un equipo que salga de su voluntad para hacer las cosas como considere más adecuadas, con cierto margen para equivocarse y aprender de ello, en vez de tener que construirlo con cuotas, proporciones y cautelas por no enfadar a alguien.

Para ensanchar un barco hay que contar con todos (incluso los detractores), y todos habrán de entregarse a su tarea sin dedicarse a mirar por el rabillo del ojo a ver qué hace el de al lado. Y con trabajo, remando (de eso sabe bien Queipo, a quien la práctica del remo le llevó incluso a ser seleccionado para el equipo olímpico en 2006) y demostrando dotes de liderazgo (propias, no por señalamiento), el PP de Asturias podrá tratar de establecer una nueva etapa. Solo entonces se puede aspirar a eso que los remeros denominan "swing", la mágica sincronización perfecta del equipo en la brazada.

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