Me gusta la fruta

Francisco García

Francisco García

¿A quién no le gusta la fruta? Que levante la mano quien no aprecie el deleite de una pieza a los postres, unos gajos, un racimo, en zumo o néctar de las variedades más apreciadas. A Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid, Agustina de Aragón que repele desde la Real Casa de Correos los cañones del sanchismo, le encanta. Y eso no debe considerarse una hijoputez sino un hábito muy saludable que sin embargo disfrutado en exceso puede provocar estreñimiento. Cuando Pedro Sánchez aludió durante su investidura un presunto caso de corrupción del hermano de Ayuso, la madrileña podría haber respondido desde la tribuna de invitados con un bombardeo de manzanas reinetas. Pero prefirió bisbisear: “Me gusta la fruta”. ¿Cabe actitud más reconciliadora?

El caso es que desde que caben rufianes en el Parlamento, deslenguados indecorosos y zafios patanes de la palabra, el denuesto y el insulto, payasos, tenores y jabalíes, cuando no lobos que culebrean y serpientes que aúllan, lo mejor es apagar la tele, coger un libro y apreciar las virtudes de un aguacate.

Meses antes del estallido bélico del 36, un diputado socialista protagonizó el incidente más bochornoso de cuantos se han vivido en las Cortes a lo largo de la historia de España. Se celebraba la sesión de apertura tras las elecciones generales de febrero, ganadas por el Frente Popular. Apenas abierta la sesión los diputados de la mayoría frentepopulista se pusieron en pie a una y con el puño en alto entonaron “La internacional”. El ambiente comenzó a caldearse.

Cuando el parlamentario al que tocó presidir el acto por ser el de mayor edad, el militar monárquico Ramón de Carranza, ordenó levantar la sesión, un diputado del PSOE le gritó: “¡Diga usted Viva la República!”. A lo que el otro respondió en voz alta “No me da la gana”. Se formó un tumulto y el diputado de marras intentó agredir al presidente, que fue protegido por un congresista de la CEDA, Dimas de Madariaga, ejecutado en un pueblo de Ávila, en zona republicana, en los inicios de la contienda.

Le contaban a los alumnos de mi época que hacían prácticas en ABC que el editor de entonces, Torcuato Luca de Tena, pidió a su cronista favorito, Wenceslao Fernández Flórez, de pluma cítrica, que reseñara ese acto, pero que no fuera lo ácido que acostumbraba en sus crónicas, por lo caldeado del ambiente. De vuelta del Congreso, Fernández Flórez le dijo a su jefe que no escribiría nada de lo que allí había visto. “Mejor mande al redactor de sucesos”.

En consecuencia, y pese a que el Parlamento asturiano no se parece, aún, al de la nación, le pido a mi director que no me mande a cubrir actos políticos de semejante jaez, pues no sabría contenerme. Mejor que llame al Comidista, que yo quedaré en la redacción saboreando un plátano.

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