Arenas Movedizas

Los enanos de Alfonso Guerra

Al exvicepresidente del Gobierno le dan pena los humoristas porque ya no pueden hacer chistes sobre asuntos que hace décadas provocaban la risa general. En realidad se está lamentando de sí mismo. Él era aquel humorista y ya no hace tanta gracia

Alfonso Guerra en El Hormiguero.

Alfonso Guerra en El Hormiguero. / Antena 3

Jorge Fauró

Jorge Fauró

Ha acabado ‘Cuéntame’ después de 22 temporadas. La serie más longeva de la televisión en España ha cerrado con éxito una época de la ficción audiovisual tirando de una buena concatenación de tramas, un solvente elenco de actrices y actores y, sobre todo, de un recurso que constituye un valor seguro para los telespectadores, el de la nostalgia y la memoria de un país, uno de los pasatiempos predilectos del ser humano. El tardofranquismo, la Transición y los años de la Movida son una apuesta a la grande, a la chica, a los pares y al juego. Raramente escapan al interés de quienes todavía preferimos el televisor al teléfono, como parece que el consumo televisivo empieza a imponerse entre los más jóvenes. A eso, únanle que hay personas embozadas en que «cualquier tiempo pasado fue mejor» y «ya no se hacen canciones como las de antes».

Algo de esto le debe de haber ocurrido a Alfonso Guerra, que anda de gira por algunos medios presentando su libro, en cuya carta de presentación puede leerse: «El libro recoge los puntos de vista de aquel joven provinciano, enamorado del teatro y la poesía, que luchó durante veinte años en clandestinidad contra una malsana dictadura y que, más por azar y por responsabilidad, que por vocación, desempeñó un cierto papel en el gobierno de España y que hoy quiere creer que todavía sus opiniones encuentran eco en algunos españoles». Es decir, el tardofranquismo; es decir, la Transición; es decir, los años de la Movida; es decir, ‘Cuéntame’ en versión guerrista.

Al hilo de la mayor o menor libertad de expresión de estos tiempos, el exvicepresidente del Gobierno y exvicesecretario general del PSOE le ha dicho a Pablo Motos que le dan pena los humoristas porque «ya no pueden hablar de nada», por ejemplo, «de homosexuales, de enanos». Podría haber dicho ‘maricones’ y haberse quedado tan ancho. Para qué está, si no, la libertad de expresión. Mientras, el presentador asentía. Es de suponer, por tanto, que en sus años de número dos de los gobiernos de Felipe González, y con los dos mandamases nacidos en Sevilla, animaría a que los miembros de la ejecutiva del PSOE se explayaran en hacer chistes de andaluces; debe pensarse que también aprovecharían los intermedios del Consejo de Ministros para contarle al extitular de Exteriores, Fernando Morán, los chistes que protagonizó en España, cuando la viralidad tenía más mérito que hoy.

Pocas frases hechas tan pegadas a la realidad como esa que dice que no cambian las personas, cambian las épocas. Se ve claramente en ‘Cuéntame’, cuya historia acaba en 2001, cuando en España ya nos reíamos cada vez menos de los chistes de homosexuales, de enanos, de mujeres maltratadas, de andaluces, de aquellos de un inglés, un francés y un español con los que tratábamos de contrarrestar el complejo de inferioridad frente a Europa. Hasta que comprobamos que ya no eran necesarios los chistes y el país comenzó a creerse que podía mirar a otros estados como iguales. Alfonso Guerra se quedó en algún capítulo de las primeras temporadas.

El humor de un país va tan ligado a una época que acaba siendo anacrónico. Prueben a aguantar más de media hora frente a una recopilación de vídeos de Tip y Coll, de Martes y Trece, de Eugenio. Al exvicepresidente del Gobierno le dan pena los humoristas porque ya no pueden hacer chistes sobre asuntos que hace décadas provocaban la carcajada general. En realidad se está lamentando de sí mismo. Él era aquel humorista y ya no hace tanta gracia. La libertad de expresión, sin embargo, la mantiene intacta. Delante de Pablo Motos, podría haberse ahorrado lo de los enanos.