La Constitución y el arte mayor de la concordia

La España del imperio de la ley frente a la del garrotazo

Antonio González-Busto Múgica

Antonio González-Busto Múgica

Discurso pronunciado el pasado lunes por el decano del Colegio de Abogados de Oviedo, Antonio González-Busto, a la finalización del homenaje tributado a la Constitución española por la organización colegial.

Existe una España secular que está siempre en tensión. En ella encuentran su asiento la ignorancia y el enfrentamiento, la división y la discordia.

En sus "Proverbios y cantares", Antonio Machado dejó escrito: "Nuestro español bosteza / ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? / Doctor, ¿tendrá el estómago vacío? / El vacío es más bien en la cabeza".

Mucho antes de este lamento machadiano, reinando Fernando VII, Francisco de Goya pintó el "Duelo a garrotazos". Un paisaje desolado en el que dos villanos se pelean, hundidos en el barro hasta las rodillas.

Siempre he pensado que el limo del cuadro de Goya sugiere el hartazgo de la tierra cuando es castigada. Tan mala es la falta de agua como su exceso. Si la primera produce la sequía, la segunda el anegamiento, pero la consecuencia es la misma: la tierra se vuelve infructuosa.

Esa es la tierra de la España de los opuestos por el vértice, que tan bien resume Vicente Martínez Espinel, hablando de sí mismo, en una estrofa de la "Epístola" que dirigió al obispo de Málaga don Francisco Pacheco de Córdoba:

"Acostumbré, con libertad desnuda / decir mi parecer al más pintado, / en torpe estilo o con razón aguda, / algo fui maldiciente y confiado. / Juez severo, en alabar remiso, / a todos los extremos inclinado".

De igual modo, el hundimiento de los protagonistas de la imagen en el cieno, símbolo de confusión, es la representación de su inflexibilidad. Cada uno de ellos está atrapado en su posición, de la que ni puede ni quiere salir. Y aun cuando en la pintura cada enfrentado se inclina hacia el otro, el movimiento no tiene por objeto acercarse para hacer posible el diálogo. Los dos españoles se aproximan para agredirse.

Frente a esa España antigua, descrita en verso por Machado y pintada por Goya, existe otra, posible y mejor, cuyos contornos aparecen bien definidos en la Constitución de 1978, que en su preámbulo afirma que la Nación Española ambiciona "… establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran…".

Para conseguir tales objetivos, deja indicada su voluntad de convivir democráticamente dentro de la Constitución y de las leyes, en un orden económico y social justo; asegurar el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular; proteger a todos los españoles en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones; promover el progreso de la cultura y de la economía para que todos podamos disponer de una calidad de vida digna; y establecer una democracia avanzada que favorezca las relaciones de paz y cooperación entre todos los pueblos de la Tierra.

Confrontando estas declaraciones constitucionales con el poema de Machado y con el cuadro de Goya nos queda una España que busca el bien frente al mal que representa la violencia. Que sabe convivir antes que pelear. Que proclama el imperio de la ley y rechaza la justicia primaria del garrotazo. Que progresa superando el atraso que imponen quienes tienen la cabeza vacía de ideas. Que trabaja por una vida digna frente al hambre, el cansancio y el hastío. Y que busca la paz y la cooperación, que vencen al enfrentamiento.

En el poema de Machado, como en la pintura de Goya, hay una belleza triste, de lamento, que se convierte en hermosura luminosa y real en el preámbulo de nuestra Constitución, que convierte España en un Estado de Derecho social y democrático, cuyo ordenamiento jurídico se asienta en los principios de libertad, de justicia, de igualdad y de pluralismo político; los cuales se alcanzan, a su vez, mediando el imprescindible de la separación de poderes.

La Constitución es la gran obra de arte de nuestro tiempo. Del arte mayor de la concordia. En ella cristalizan y adquieren virtualidad los anhelos que animaban las denuncias ínsitas en las obras de Machado y de Goya.

Honrar la Constitución es honrar al sujeto político constituyente, la Nación Española, referencia que me permite no faltar a mi compromiso de recomendar una lectura en cada una de mis intervenciones. Lean "España. Biografía de una nación", de Manuel Fernández Álvarez, catedrático, ya fallecido, de la Universidad de Salamanca.

Y así, si honrar a la Constitución es honrar a la Nación española, honrándola nos honramos a nosotros mismos. Honremos, pues, nuestra Constitución conociéndola y respetándola como la expresión más perfecta del afecto entre los españoles y del amor a España.