Humor y ego

Tiempos en los que la autocensura llega hasta el territorio de la broma

Carmen Martínez Fortún

Carmen Martínez Fortún

La transformación en fiesta de choteo de la conmemoración de la masacre de los inocentes no se debe a que el santoral cristiano se carcajee del múltiple infanticidio, sino a que los monaguillos que conmemoraban en serias celebraciones eclesiásticas la solemnidad de la tragedia comenzaron a realizar bromas para sobrellevar con alegría la seriedad aburrida de los ritos. Una demostración más de que la fuerza del humor derriba todos los muros, tanto los del buen gusto como los de la muerte e incluso los de lo políticamente correcto y más si a la chanza se le añaden siglos de distancia.

No sabemos si llegará un momento en que se pueda hacer mofa de todo, algo que a lo largo de la historia se les permitió a los bufones cortesanos con licencia para reírse hasta del propio tirano, pero sí sabemos que hoy no es ese momento. Una larga lista de asuntos sensibles de nuevo o no tan nuevo cuño obligan a muchos humoristas a autocensurarse ya por no afrentar a la legión de ofendiditos y sufrir por tanto la pena de la cancelación, ya por motivos más graves que afectan a la propia vida cuando se trata de ciertas creencias, algunos de cuyos seguidores se han convertido en fanáticos de alfanje o metralleta, y si no que les pregunten a los asesinados de Charlie Hebdo.

A una le gusta reírse, y cada vez más, aunque amante de Hamlet o La vida es sueño, prefiere para la vida cotidiana la sátira al panegírico y la comedia a la tragedia. Le mosquean los personajes públicos que se toman a sí mismos tan en serio que, habiendo comenzado su vida política lanzando a la cara de su oponente el insulto de indecente, consideran ahora deleznable y condenable que a tanta gente española le guste la fruta.

El humor salva y desactiva malos rollos. Tal vez si el personaje dejara de verse en el espejito sagrado de su palacio e hiciera un esfuerzo por percibirse como le ven los demás, desactivaría las críticas mucho mejor que lamiéndose su ego lastimado. A esta humilde impertinente solo le queda desearle todo lo mejor para el nuevo año a él y a usted, amigo lector. Sobre todo mucho humor.

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