Notas para una crítica filosófica de los acuerdos de investidura

El modelo de socialismo asistencial de la izquierda y su liberalismo privatizador «ecológico» y secesionista

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Pablo Huerga Melcón

Pablo Huerga Melcón

Ofrezco en este artículo un breve análisis de la filosofía subyacente a los pactos de investidura para observar qué noción de izquierda política se está ejercitando. Partiremos de la idea de Estado de Gustavo Bueno como una estructura institucional compleja en la que cabe distinguir tres capas o estratos: la capa basal, la capa conjuntiva y la capa cortical. La capa basal es la dimensión orientada a mantener la igualdad estructural de todos los ciudadanos. La capa conjuntiva es el estrato en el que se prefiguran las relaciones propiamente políticas entre ciudadanos, el ámbito de la libertad, mientras que la capa cortical hace referencia a la dimensión de las relaciones entre los diferentes estados.

A diferencia del enfoque marxista clásico, la capa basal del Estado está particularmente determinada por la historia particular de cada Estado. Aquí localizamos, por ejemplo, los servicios públicos (sanidad, educación), y las infraestructuras energéticas, de transportes y comunicaciones, la organización productiva del territorio, la gestión del agua y de la energía, etc., todo aquello que configura las condiciones para la justicia social. Aquí las políticas liberales, al irrumpir en aquellos aspectos que rigen la igualdad, pueden contribuir al debilitamiento del Estado, permitiendo la introducción de empresas de otros países o multinacionales que eventualmente toman el control de partes estratégicas del Estado, además de comprometer la igualdad de todos los españoles. La capa basal no solo está compuesta de infraestructuras digamos materiales corpóreas, sino también de instituciones como, en nuestro caso particular, el idioma español, una enorme riqueza cultural que atesoramos y que garantiza la igualdad de oportunidades entre todos los ciudadanos. Por eso considero que cada Estado tiene elementos propios y no siempre comunes ni en el mismo nivel de desarrollo en su capa basal.

La capa conjuntiva, por su naturaleza, remite a la idea de libertad, porque en ella se prefiguran las relaciones entre los ciudadanos. Aquí se produce el juego político, pero también la compleja variedad de formas y diversidad de costumbres que articulan la vida cotidiana. Los idiomas cooficiales, las diferentes manifestaciones culturales, el arte, la religión, las relaciones económicas y todo el entramado productivo secundario, pero estructural, que presupone esa igualdad, y que contribuye a afianzar la vida de cada uno como una trayectoria personal propia, divergente y particular.

Ese juego político viene regulado, junto con las relaciones entre las tres capas del estado, por el derecho y la separación de poderes, y en él se prefiguran las tensiones y la dialéctica democrática e institucional que determina el poder. Los Estados de Derecho se caracterizan, como el nuestro, por regular el conflicto de los bloques o clases que aspiran al poder del Estado, de manera que ninguna de las facciones pueda bajo ningún concepto hacerse con el poder total y neutralizar al bloque contrario; es decir, regula las relaciones políticas para evitar el advenimiento de una dictadura. (El dialelo aquí estriba en que son los grupos políticos organizados en la capa conjuntiva los que a través de las instituciones políticas tienen el poder de gestionar la capa basal.)

Los argumentos que justifican los pactos de investidura se basan en la idea de proyectar la diversidad, propia de la capa conjuntiva, sobre la capa basal, tratando de aplicar e imprimir sobre la capa basal, como división territorial, la diversidad de instituciones culturales. Y como quiera que esa proyección rompe la unidad y por lo tanto también la igualdad, resulta que esa diversidad tan reclamada, se disuelve en una multitud de unidades culturales separadas por territorios secesionados. En definitiva, la diversidad cultural sólo posible conceptualmente en la unidad basal del Estado, que constituye el fundamento de la igualdad entre todos los españoles.

Otro de los argumentos utilizados en los pactos consiste en anteponer la ideología que llaman progresista a la propia nación política. Sin embargo, la idea de igualdad, que debe prevalecer como ideología progresista, es imposible de aplicar si no hay un Estado nación, es decir, si lo primero que se hace es pactar la ruptura de la capa basal del Estado. No puede argumentarse que la prioridad de las políticas progresistas debe hacerse incluso a costa de la unidad basal del Estado, porque entonces ya no hay referente político al que aplicar esas políticas progresistas. Este es el sentido último de la posición de Azaña y Juan Negrín contra el separatismo. Aquí el progresismo deviene en globalismo.

Podría decirse que cuando se apela a la diversidad para justificar los pactos se están confundiendo las diferentes capas del Estado. Porque la diversidad conjuntiva solo se garantiza sobre los pilares de la igualdad basal del Estado. Sin embargo, las oligarquías autonómicas que solicitan el desmembramiento de la capa basal sí distinguen claramente estas capas del Estado. Estas oligarquías ejercitan ya una limpieza cultural contra la diversidad de costumbres en España, al prohibir de facto el derecho de hablar español, y al desterrar de sus territorios las manifestaciones culturales que se identifican como contrarias a las costumbres consideradas autóctonas.

El nacionalismo secesionista es por naturaleza étnico, antepone los derechos de aquellos que se consideran autóctonos contra los foráneos, a quienes se les exige practicar e interiorizar costumbres diseñadas como seña de identidad, lo cual es un atentado contra la diversidad que tanto se reclama. El etnicismo es tolerante cuando es débil, pero si se hace fuerte dotándose de estructuras estatales acaba generando limpieza étnica. Un caso paradigmático es la catástrofe de Yugoslavia, pero también ocurre actualmente con la masacre del estado de Israel contra los palestinos. Si no atajamos el poder xenófobo de los grupos nacionalistas etnicistas en España, puede que algún día, cuando hayan fortalecido, por nuestra desidia, sus estructuras estatales, hielen el corazón de los españolitos que vengan al mundo.

El modelo de «izquierda» que se perfila en el actual Gobierno está muy alejado de la norma de la izquierda «definida», que focaliza el socialismo sobre la capa basal. Actualmente, el socialismo se ejercita en la capa conjuntiva, allí donde resulta más inmediatamente visible para los ciudadanos, con políticas de apoyo económico, ayudas, exenciones, atención a la vulnerabilidad individualizada, al tiempo que se liberaliza y desarticula la capa basal. Un ejemplo: se privatiza el transporte ferroviario y se hace gratuito el transporte con ayudas directas en forma de dinero a los usuarios.

La privatización sistemática de los recursos materiales del Estado permite sostener políticas de reparto inmediato a los ciudadanos en sus múltiples formas (que ya están reguladas por una ingeniería social bastante compleja), al menos hasta que se agoten esos recursos –aquí entra la Unión Europea, que inyectará dinero para sostener el modelo–. Son políticas a corto plazo impuestas por la lógica del juego democrático que nacionaliza los gastos y privatiza los beneficios.

La privatización de la capa basal se cubre con el velo de políticas llamadas progresistas, basadas en la agenda 2030. Por ejemplo, se entiende como política progresista la gestión privada de los recursos energéticos, siempre que se haga «de modo ecológico y sostenible». Con estas falacias, los votantes desatienden la capa basal, que puede ser ya desmembrada por autonomías, mientras ellos siguen pendientes del reparto que ejecuta el gobierno, lo que apacigua a las masas, tal y como lo hacía ya el Imperio romano.

La izquierda actual, pues, practica un modelo de socialismo asistencial superficial en la capa conjuntiva –sin alterar la desigualdad galopante de la sociedad–, y un liberalismo privatizador «ecológico» y secesionista en la capa basal. Producto de la Unión Europea, debilita ostensiblemente a España, cada vez más colonizada, en la parte crítica, por multinacionales e, incluso, empresas públicas de otras naciones.

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