El trampantojo en la política española

PSOE y PP no están tan lejos como quieren hacernos creer

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

El ruido de tambores de guerra que suena en el mundo llega hasta nosotros. Putin sigue en su empeño de destruir Ucrania. El ataque de Hamás a Israel ha convertido Oriente Medio en una zona de conflicto abierto, en el que se implican cada día nuevos actores, y no parece que haya nadie capaz de contener la escalada bélica. La Unión Europea, por boca de Josep Borrell, su representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ha pedido la presencia de un árbitro, pero se pregunta con desalentador escepticismo si en la actualidad hay alguien que pueda mediar eficazmente. Corea del Norte lanza proyectiles y obliga a desalojar dos islas de Corea del Sur, que responde con misiles. Las advertencias y escaramuzas y el recurso a la violencia, simbólica o de facto, se extienden por todo el planeta. El autoritarismo, en sus distintos grados, es el denominador común de los que nos han traído a esta situación.

Las democracias procuran resolver los problemas de manera pacífica, aunque no están libres de fuertes tensiones. Biden exclama públicamente que Trump, su rival en la disputa por la presidencia de Estados Unidos, es una amenaza. En Francia, son ya habituales los enfrentamientos con la policía en protesta contra las iniciativas legislativas de Macron. En Alemania, con los partidos que forman la coalición de gobierno hundidos en las encuestas, se discute la exclusión de la extrema derecha, cuyo apoyo electoral está en pleno ascenso, como ocurre en otros países centrales. Incluso los sistemas políticos que han demostrado mayor firmeza están perdiendo estabilidad, debido en parte al desvanecimiento de las actitudes democráticas en amplios segmentos de la población, que tiene su origen en múltiples y complejos factores. Conviene no ignorar que la democracia, tal como la conocemos, mantiene un respaldo mayoritario y a la vez es cuestionada de un modo que no habíamos visto antes, ni en el período en que los europeos padecieron un furor totalitario.

España es un caso singular. Adoptó la democracia con cierto retraso respecto a sus vecinos del norte, pero ha evolucionado rápidamente y hoy, en su particular circunstancia, presenta los mismos síntomas de crisis política: el descrédito de los políticos, la desafección hacia los partidos, la tendencia a asumir posiciones radicales y un largo etcétera. A todo esto hay que añadir una profunda distorsión de nuestro debate público. El discurso desfigura la realidad hasta límites que provocan incredulidad y la actuación de los agentes políticos, en consecuencia, muchas veces nos deja perplejos. No cabe obtener aprobación y conformidad del desconcierto que produce la distancia injustificable que hay en la política española entre las palabras y los hechos.

Leyendo la reforma del Código Penal presentada por el PP, y a pesar de la vaguedad de algunos conceptos que contiene, uno no alcanza a ver en qué consiste la discrepancia insalvable que impide un acuerdo entre los dos grandes partidos en este asunto. Sus respectivas posturas en relación con la amnistía son diametralmente opuestas, eso está muy claro, pero en lo que respecta a la celebración de un referéndum ilegal el disenso es de matiz. El PSOE ha descartado con rotundidad que los catalanes decidan por su cuenta votando sobre la unidad del Estado y el PP propone un castigo para quien intente hacerlo. Pero ni el PSOE ni el PP proponen que sea delito promover la celebración de un referéndum, siempre que en la consecución de ese objetivo se respete la Constitución. Hasta ERC ha renunciado a una consulta que no esté pactada con el Estado. Y Junts va por el mismo camino de la resignación.

Otro tanto ocurre con el suceso de Ferraz. La denuncia del PSOE contradice la tolerancia con que ha reaccionado ante hechos similares, de igual o mayor dimensión política, y las medidas que ha impulsado en asuntos relativos a la libertad de expresión y el respeto a las instituciones. Pretende poner a su principal adversario en un brete, pero lo cierto es que el PP se ha desmarcado de las concentraciones ante su sede y esta misma semana los dos partidos han reprobado conjuntamente el comportamiento agresivo de un concejal de Vox en el ayuntamiento de Madrid. Cierto es que el PP encuentra dificultades para deslindar sus dominios de los de la derecha radical, como las tuvo y sigue teniendo el PSOE para hacer lo mismo con los partidos de izquierdas y nacionalistas con los que gobierna.

El PSOE y el PP están llevando su competición política a tal punto, que la presión que hacen sobre el orden constitucional, pilar fundamental de la democracia, puede acabar siendo insoportable. No pensemos que una democracia lo resiste todo. Los ciudadanos, y los españoles con sobrados motivos, esperan una política sin trampas. Por más que finjan y traten de separarnos, el PSOE y el PP no están tan lejos el uno del otro como quieren hacernos creer.

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