Podemos y sus cinco túnicas nazarenas

Diez años de un intento de tomar el cielo por asalto que acabó en purgatorio

Francisco García

Francisco García

Esta semana se cumplen diez años de la irrupción de Podemos en la vida política española, de la irrupción de un volcán incandescente crecido con la lava del descontento ciudadano hacia los partidos tradicionales. Una década después de que asomara la coleta de quienes iban a tomar el cielo por asalto, ¿qué queda de ese intento de acabar con la casta fuertemente asentada sobre los escaños del Parlamento? Sólo el reloj de cuco, parafraseando uno de los momentos más gloriosos de “El tercer hombre”, de Carol Reed, en boca de Orson Wells. Nada permanece de Maquiavelo y los Borgia, del monedero de recaudar fondos chavistas, de los cuchillos largos de Vistalegre II. Apenas cinco diputados díscolos y el exterminio inmenso de cinco millones de votos que se han ido yendo por el sumidero. Se pasaron de Tuerka, salvo en la capacidad de hacer ruido para chirriarle los oídos a Yolanda Díaz, la ungida a dedo por el Moisés de las tablas, a la que restan cualquier capacidad de adición en Sumar. Del Mar Rojo al Mar Muerto. De la preeminencia a la irrelevancia.

Basta con mirar el barbecho de las siglas en Asturias, con su única diputada regional sin opciones de presentarse a las primarias y en trámite de expulsión, como una proscrita asignada a la compasión institucional del grupo mixto.

Del morado campeador apenas quedan unas cuantas túnicas nazarenas que cargan con la cruz de haber dilapidado un inmenso caudal. Y que por ese motivo vagarán como almas en pena del purgatorio de la política por haber prostituido la parábola de los talentos. Muchos cayeron de bruces del caballo de Pablo, otros probaron el acero suave del rejón errejonista… Lo que queda ya es apenas palabrerío y los restos del naufragio, como bolinas de plástico que se tragará el océano sanchista.

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