ARENAS MOVEDIZAS

Ayer, hoy o siempre

Como en los libros de Kafka, llegar más pronto o más tarde puede ser todo un descubrimiento o convertirse en una experiencia indigerible

El escritor, Franz Kafka.

El escritor, Franz Kafka. / ShutterStock

Jorge Fauró

Jorge Fauró

Hay libros a los que uno llega tarde. O demasiado pronto. Para las generaciones a caballo entre dos siglos, leer a Kafka con 18 años representa un descubrimiento y a los 50 puede convertirse en una experiencia indigerible. O al contrario. Para gustos, colores. "Cuando K. llegó ya era tarde. Una espesa nieve cubría la aldea". Es el comienzo de El castillo, que he escrito de memoria sin recurrir a Google. Podría bailar alguna palabra, trastocarse otra, una mala traducción,… nunca lo sabré porque no tengo previsto asomarme a corto plazo a las novelas del checo, cabecera de tantas adolescencias atormentadas, lectura que marca esa época en la que uno anhela transmutarse en Pessoa caminando bajo la lluvia por el Bairro Alto. 

La obra de Kafka continúa en la cúspide de la memoria lectora y ahí debe seguir, no le ocurra lo que a D. H. Lawrence, cuya Lady Chaterley recibí como el colmo del atrevimiento cuando me adentré con la mayoría de edad en aquella historia de pasión y cuernos. Del mismo año que el Orlando de Virginia Woolf, tan vigente hoy, lo de Lawrence me pareció 30 años después un poco folletín subido de tono, recomendable siempre, pero en situación de echarse una siesta en la lista de los libros pendientes. Lo mismo ocurre con lecturas asociadas a esa época de la vida en la que uno sentía la obligación de parecer diferente a nuestros coetáneos. Kerouac, Hunter S. Thompson, Bukowski, siempre bienvenidos, tan de disfrutar de veinteañero. Al acabar Miedo y asco en Las Vegas me dio la sensación de que debería haberlo leído cualquier noche de hace 20 o 30 años, cuando no nos habría importado echarnos a la carretera con sus protagonistas. 

Hay libros a los que se llega pronto a los 20 y tarde a los 50, y viceversa. Como hay películas que deben verse de adolescente o no se verán nunca y películas que es mejor dejarlas para después de la jubilación; o cuando se acaba de ser padre o madre; o la misma tarde en que gana tu equipo. Se llega tarde a los libros o a los videojuegos. Y pronto también.

Ese continuo tratar de llegar al sitio adecuado en el momento oportuno ocurre también con las personas y, en general, con la vida. En ese giro de la fortuna se esconde la llave de la felicidad, al alcance de tan pocos. En la conjunción perfecta del espacio y del tiempo, Ancelotti aterrizó en el Madrid cuando debía hacerlo, aun sin saber si triunfaría o su estancia se dirigiría al fracaso. Xavi ha llegado demasiado pronto al banquillo del Barça Mourinho demasiado tarde al de la Roma. Llegas tarde y te destituyen. Llegas pronto y… veremos.

Y esa asincronía entre nosotros y las cosas que debimos hacer de jóvenes y las que dejamos para la edad adulta; entre leer el Ulises al final de la pubertad o atreverse a los 60; entre ir al cine a ver con tus padres La guerra de las galaxias y conectarte a una plataforma en compañía de los hijos para ver Star Wars -los de mi generación la solemos llamar de una manera y nuestros hijos en su denominación original en inglés-; esa diacronía se conoce de antemano. Se sospecha y deduce antes de leer la primera página o de pulsar el botón de play. También se llega demasiado tarde a la vida de las personas. O demasiado pronto. O en el momento apropiado. Como en los libros de Kafka, llegar más pronto o más tarde puede ser todo un descubrimiento o convertirse en una experiencia indigerible.