La función de Vox

La solidez del partido que lidera Abascal y que se mira en Milei y Meloni, una de las incógnitas de la política nacional

El presidente de Vox, Santiago Abascal, interviene durante el acto de clausura de la Asamblea General del partido, en el Recinto Ferial de IFEMA MADRID, a 24 de junio de 2023, en Madrid (España).

El presidente de Vox, Santiago Abascal, interviene durante el acto de clausura de la Asamblea General del partido, en el Recinto Ferial de IFEMA MADRID, a 24 de junio de 2023, en Madrid (España). / Europa Press

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

La figura del afiliado, que sustituyó al casi desaparecido militante, entregado a unas ideas y carente de ambición política personal, ha ido perdiendo paulatinamente relevancia en la vida de las organizaciones políticas, relegado por los expertos, asesores, arribistas y los grupos de presión. Por este motivo, entre otros, ha emprendido la huida y las bajas son masivas. Pero aún les queda el derecho, establecido en las leyes y los respectivos estatutos, de elegir a sus dirigentes, sea a través de primarias o por un procedimiento parecido.

Vox ha celebrado Asamblea General, órgano soberano del partido, a la que pertenecen todos sus afiliados, que había sido convocada con carácter extraordinario, reduciendo así los plazos, para elegir una nueva dirección. Abascal seguirá de Presidente y, con un poder aumentado, Ignacio Garriga concentrará los cargos de Vicepresidente único y Secretario General, que suelen ocupar personas distintas. Ellos dos y el resto de candidatos propuestos fueron designados, pero no elegidos. Al presentarse una sola lista, se decidió suprimir la votación y proclamar directamente a los componentes del Comité Ejecutivo. En la penumbra del salón donde tenía lugar el encuentro presencial, que también podía seguirse a distancia, los afiliados aclamaron con fervor los nombres de Buxadé, Ortega Smith y Figaredo, pero no votaron. En poco más de una hora, la Asamblea había concluido, con los miembros del partido reducidos a comparsas y sin haber cumplido la formalidad de la votación. Debemos conformarnos con la impresión de que Abascal es el líder indiscutible del partido y que está en condiciones de ejercer un liderazgo interno fuerte.

Con la irrupción de Vox en 2018 en el panorama político, el sistema de partidos español ha dejado de ser una excepción en Europa. Durante un tiempo se hizo tópica la pregunta por la ausencia de un partido en el extremo derecho de la política nacional, a diferencia de lo que desde décadas atrás era un hecho en todos los países al norte. Entre los partidos europeos de su especie, VOX presenta rasgos acusados peculiares, cuyo origen se encuentra fácilmente en la historia política pasada y reciente de nuestro país. Su posición política no está todavía perfectamente definida. En su corta vida ha conocido ya el ascenso electoral repentino y alguna caída, ha evolucionado con la incorporación de grupos de ideología diferente y ha tenido vaivenes en sus relaciones con fuerzas políticas internacionales y españolas. Aunque su actuación pública es un tanto ambigua y sus votantes son muy críticos con el funcionamiento de la democracia española y rechazan de forma agresiva al gobierno actual, es precipitado etiquetar a Vox de partido antisistema o de extrema derecha. Sus fines, enumerados en sus estatutos por este orden, son la unidad de la nación, la libertad y la democracia. Según la última encuesta, un 68% de sus votantes se declara demócrata, frente a un 25% que manifiesta su indiferencia. Por haber nacido de una escisión del PP, partido hacia el que muestra una inclinación natural, y no tener una base electoral propia, se ajusta más a la realidad encasillar a Vox en la derecha radical, nacionalista y ultraliberal, asentado ideológicamente en el conservadurismo clásico y sesgado por ciertas reminiscencias de la cultura política del franquismo.

Vox no es un fascismo, ni un peligro inminente para la democracia española. En su interior hay corrientes que podrían llegar a serlo, pero aún no. Sin embargo, está representando un papel decisivo en la política española. La izquierda recurre a él para mantener bien alineadas sus filas, movilizar a sus votantes y tratar de evitar que caigan en la tentación de votar a partidos ajenos al bloque parlamentario que sostiene al gobierno. Para el PP, Vox es la fractura que impide gobernar a la derecha y, en consecuencia, lo que pretende es su absorción y, si esto no es posible, que le preste un apoyo discreto cuando sea necesario. Y Vox intenta, por su parte, atraer al PP hacia una posición más a la derecha, en sintonía con la tendencia que está marcando la pauta política en todo el mundo.

La incógnita es la solidez de Vox. Los partidos de las derechas radical y extrema están afianzados y en progresión en Europa. Pero la mayoría de los españoles recuerda las lecciones de la Transición y ha adoptado actitudes políticas moderadas. Los votantes de la derecha han aprendido de su propia historia, haciendo balance de los liderazgos de Fraga, Aznar y Rajoy. Y tenemos la experiencia reciente de las siglas que han surcado como meteoritos el firmamento político. Todo indica que el apoyo electoral a Vox está cayendo. Últimamente el partido ofrece un perfil algo desvaído y el PP solo piensa en ocupar su espacio. Abascal, animado por Meloni y Milei, avanzadilla de una derecha flotante, dedicó su discurso final a advertir a los suyos de la ofensiva mediática y a ponerse a la defensiva, haciéndose la víctima. ¿Por cuánto tiempo será Vox un partido decisivo en España?

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