Políticos que no resuelven

La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar remedios equivocados

Vehículos en el Corredor del Nalón, a la altura de la glorieta de acceso a la «Y» de Bimenes. | Fernando Rodríguez

Vehículos en el Corredor del Nalón, a la altura de la glorieta de acceso a la «Y» de Bimenes. | Fernando Rodríguez / Miguel Á. Gutiérrez

Francisco García

Francisco García

Los políticos están para resolver los problemas de la gente, no para crearlos. Están para tomar decisiones, no para aplazarlas. También para encabezar el vuelo de la bandada, no para ahuecar el ala. Quien dijo que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados se adelantó a nuestro tiempo, pues justamente esa reflexión se cumple hoy en este país a rajatabla. Y seguramente en alguno más de nuestro entorno y en otros lejanos.

Paradigma de esa ingeniosa ocurrencia es Su Sanchidad, Jeckyll y Hyde por horas y cirujano reanimador del peligroso monstruo de Sanchezstein, atribulada criatura cosida con los despojos a modo de retal de los miembros más siniestros del corpus político de este país. Es como si viviéramos dos realidades paralelas, contradictorias pero convergentes: el mundo real y el “sanchezverso”, un lugar binario al modo de Matrix donde la verdad es de mentira y la mentira torna verdadera, según convenga al interés personal del que manda.

Resolver problemas es lo que se exige también al poder autonómico, tan dado al ejercicio de las musas del teatro. Si en las cuencas mineras existe un clamor en favor del desdoblamiento del Corredor del Nalón, tras una sucesión de accidentes mortales, la solución es bien sencilla: sacar de donde se pueda los 60 millones que cuesta esa obra y ponerse a ejecutarla cuanto antes. Y dejarse de discutir si son gagos o son podencos. Así pasa que si se declara un incendio monumental, la culpa es de los terroristas de la cerilla, no de quien lleva décadas descuidando el monte. Lo mismo ocurre con el Corredor del Nalón, por mucho desaprensivo al volante que circule por esa vía.

Es cuestión, además, de sensibilidad social: ¿Cuánto vale una vida humana, o dos como las perdidas la pasada semana; o las seis que se contabilizan en los últimos trece meses?

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