Opinión | Solo será un minuto

Te vas sin decir adiós

Cuando la vida te pasa factura te das cuenta de que siempre pagas de más lo que nunca llegaste a tener. Lo pagas en forma de arrepentimiento por lo que debías hacer y no hiciste. O por lo que no debías hacer e hiciste. La carta es amplia cuando se trata de penas máximas, las que te colocan solo en la portería y no sabes si quedarte quieto por si tiran al muñeco, o a la izquierda o a la derecha por si suena la flauta y la música se queda contigo. Es amplia porque hay mucha pena que cortar si el cuchillo de los días se hunde sin remisión en cuerpos que nunca deberían irse de tu lado. Pero se van y compruebas, entre la tristeza y la perplejidad, que habrá que convivir con la sensación de que faltó un último abrazo antes de decir adiós, uno de esos estrechamientos de pieles en los que se intenta decir lo que las palabras no pueden expresar. Siempre faltará una última conversación en la que mostrar la gratitud total, siempre echaremos de menos un beso final con el que sellar vínculos que forman alianzas llamadas a perdurar en la memoria mientras haya aliento en ella. Siempre faltará un último paseo –tal vez en silencio, para qué hablar cuando las miradas se bastan por sí solas– o una última caricia mientras hay tiempo para hacerla inolvidable e imprescindible.

No somos perfectos, salvo que seas imbécil y creas que lo eres, así que toca convivir con todos esos pesares por omisión de momentos o invasión de olvidos, e intentar, si te atreves, a corregir desvíos así en el futuro y coger el lloro por los cuernos antes de que sea definitivo. Y no permitir que el último y largo adiós llegue entre sombras. A traición.

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