Opinión

El gran miedo

Las protestas del campo europeo

El gran miedo

El gran miedo

Michel Ballet desarrolló una tesis sobre la apelación a las emociones en el espacio público en torno al miedo, la esperanza, la indignación y la compasión, defendiendo que hace "hace falta una emoción para razonar y que es necesaria una razón para emocionarse". Y aunque el abuso de estos cuatro elementos achica el espacio destinado al debate en torno a hechos y argumentos, obviar su relevancia no frena los discursos simplificadores.

En nuestra sociedad, el miedo es un potente agente movilizador porque la incertidumbre invadió el espacio lineal del proyecto ilustrado y la alternativa posmoderna es una mezcla nueva de ingredientes cada vez más orientados al consumo inmediato. La idolatría del cambio se ha impuesto.

La UE ha venido realizando un gigantesco esfuerzo en favor de la agricultura europea. Se destinan alrededor de sesenta mil millones de euros anuales a la PAC, en un sector que ocupa a algo más del 4% de la población activa, y donde cuatro países, entre los que se encuentra España, acumulan más de la mitad de la producción. Con poco más de 30 céntimos de euro por ciudadano europeo y día, se obtienen garantías de producción y abastecimiento, en un continente con memoria de lo sucedido.

La UE ha venido realizando un gigantesco esfuerzo en favor de la agricultura europea destinando unos sesenta mil millones anuales a la PAC

Lo paradójico es cómo siendo ésta la política que más esfuerzo inversor ha supuesto a la UE, no sólo se han demonizado sus externalidades (burocracia, desarrollo de países terceros, desajustes entre la oferta y la demanda), estigmatizado su afectación ambiental, sino también haya provocado tanto malestar entre las personas que trabajan en el sector. ¿Cómo haciéndolo todo tan bien se ha cosechado tan alto grado de insatisfacción?

Hay razones para pensar que no todo se ha hecho bien. Una transición es un estado de cambio, pero a veces nos hemos fijado sólo en los objetivos finales y no en el tránsito. Hemos acelerado ritmos sin contar lo suficiente con los protagonistas para los que el idealizado cambio solo significa reajuste, y la legión de personas que se sienten del lado de los perdedores, aumenta. Cuando, además, a veces se moderan los ritmos de lo que antes se decía era imposible pausar, se abre una brecha en el razonamiento. Un discurso populista puede triunfar tanto si la emoción vence a la razón como si ésta decide replegarse por el mismo miedo que incentiva la inquietud.

En el verano de 1789 la "grande peur" invadió el campo francés. Era un miedo a lo forastero, a lo extraño, a lo desconocido. Una ola de pánico que sacudió un país entero. Y probablemente, cuando ahora se observan las movilizaciones de campesinos y agricultores, en el fondo, como destacaría Ballet, el miedo vuelve a movilizar. Un sentimiento larvado de un sector que decimos que vive en un espacio vacío y qué, sometido al estrés hídrico, climático, burocrático y señalado como responsable ambiental, se enfrenta al futuro con la pérdida de estabilidad de sus tradicionales anclajes en medio de una sociedad que dice valorar más que valora su contribución.

La diferenciación entre el espacio urbano y el rural ha ido desdibujándose (véase también el debilitamiento del binomio agricultura-ruralidad) en favor de una complementariedad, pero a medida de los espacios urbanos. Aunque no sea popular, hay que decir que no siempre y en todo el sector primario tienen razón, pero ahora deberíamos aprender que no se puede diseñar su futuro sin la participación de sus protagonistas. No se trata de dar o quitar la razón, sino de dialogar con los implicados el nuevo modelo que queremos construir. La cólera mostrada por las movilizaciones de agricultores en toda Europa ha generado miedo en las estructuras comunitarias –a quien se carga ahora toda responsabilidad– a pocos meses de una importante cita electoral. El miedo moviliza mucho, pero construye poco.

Suscríbete para seguir leyendo