Opinión | Soserías
De jueces y trenes
El ministro que defiende la amnistía para quitar trabajo a la justicia
Los graves asuntos de Estado empiezan a encarrilarse, tal como se defiende con insistencia en estas "Soserías".
Uno de los que se encuentra en las mejores condiciones de convertirse en estrella de todos los progresos es el Código Penal y su aplicación por los jueces.
Estamos en un momento crucial porque se quiere liberar de sus delitos a un grupo de delincuentes catalanes con el argumento de que actuaron movidos "por la independencia de Cataluña". Al parecer esta región española se halla aherrojada por zamoranos despiadados, asturianos pugnaces y los temibles vecinos de Cuenca.
Si es así, es lógico que deseen librarse de tal humillante sumisión, lo que ocurre es que, con esta forma de razonar, los ladrones de bancos verían borradas sus fechorías con solo invocar que, si asaltaron la sucursal de la esquina y vaciaron sus cajas de seguridad, fue para "librar a la Humanidad de la opresión capitalista".
Una vía discursiva que, recorrida con constancia, nos llevará a la conclusión de que pegarle un tiro por la espalda a un sargento estará justificado "en aras del pacifismo internacional". Y así seguido.
Anotadas estas recientes conquistas, descubrimos otras que nos van a permitir avanzar gracias a un alarde de ingenio protagonizado por un ministro, epítome de los bufones chocarreros. A su juicio "debe aprobarse cuanto antes la ley de amnistía para quitar trabajo a los jueces". Su razonamiento es sencillo: si vamos a indultar, amnistiar o lo que se tercie, a los forajidos, en aras del progresismo inclusivo y plurinacional, lo mejor es hacerlo cuanto antes y no malgastar el tiempo en los tribunales con papeles, autos, expedientes, recursos de alzada y súplica y algún "otrosí" de esos con que se decoran los escritos curiales.
¿Para qué perdernos en testimonios y pruebas? Las horas dedicadas a estos cometidos engorrosos por los jueces y fiscales bien las pueden emplear estos honrados funcionarios en ir de bares y ponerse ciegos de gambas y de calamares en la compañía de cervezas descaradamente rubias.
Como se ve, para acabar con el agobio y los retrasos en los juzgados, el ministro ha aportado una solución revolucionaria.
Y tan satisfecho debe de estar que, ya puesto, ha decidido aportar otra idea con la que ha rematado la fuerza de su ingenio. Se advierte que no quiere por nada del mundo que se le seque el estro de disparates, única garantía para permanecer en su puesto.
La ocasión la ha brindado el incendio de un tren en una de esas regiones existentes en España que se dedican a oprimir a Cataluña: en Cáceres ha ardido un tren. Esta desgraciada circunstancia, antiguamente, cuando vivíamos en el "regreso", obligaba a un gerifalte de la RENFE a comparecer en la TV compungido y prometiendo entregar un aparato contra incendios a todo adquirente de un billete de tren.
Hoy, el ministro aludido, quintaesencia de la quincallería intelectual, ha declarado que "es normal que un tren se incendie por lo que hay que acostumbrarse a ello".
¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Porque lo lógico es que un tren arda en llamas si se tiene en cuenta el lío de cables y enchufes que alberga en sus entrañas como lo normal es que un avión se desplome y aparque entre descalabros en un prado de vacas si se tiene en cuenta también lo difícil que es mantenerse en el aire lleno como va de azafatas y sobrecargos.
Que este sujeto desaforado se halle en lo alto del organigrama del Estado es una suerte pues conforma un símbolo de cómo se puede razonar a cachos. Y hacer trizas el país.
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