Opinión

El fontanero y las cloacas

La carrera política de Ábalos acaba en el palo del gallinero

José Luis Ábalos acumuló gran poder en el PSOE inicial de Sánchez. Podría decirse que, tras el líder plenipotenciario, nadie tuvo mayor influencia en la eclosión del sanchismo y su sostenimiento. Era el número dos, el hombre de confianza, el fontanero de Ferraz, el desatascador, el encargado de tapar goteras y evitar filtraciones, de abrir y cerrar el grifo y de repasar el estado de las cloacas.

Y además ministro de una de las carteras más inversoras y de contratos más jugosos. Por eso sorprende sobremanera que se rodeara de mangantes que están causando un enorme quebranto a las siglas socialistas, más incluso que la aprobación de la ominosa amnistía a la carta para el prófugo Puigdemont. Si desconocía los tejemanejes del tal Koldo y sus gánsteres, Ábalos no es tan listo como parecía y debería haber dimitido por imbécil: un buen fontanero no deja la llave de paso en manos de un subalterno mangante. Como sabueso que fue para rastrear las miserias del PP y acabar con el gobierno de Rajoy, tampoco parece que gozara de aplicado olfato: el dinero, como el estiércol, huele cuando se amontona. Máxime en montones de billetes de 500 euros.

Si era conocedor sin embargo de las andanzas de la banda organizada de malhechores que creció al calor de despachos ministeriales, si participó de las mordidas o miró para otro lado lo sabremos antes o después. Quien ha tenido los arrestos de echarle un pulso al jefe, negándose a entregar al partido el acta de diputado, aún va a ofrecer mucha tinta a los titulares.

A Ábalos, el último superviviente del núcleo duro inicial de Sánchez, Saturno insaciable que ha ido devorando uno a uno a sus hijos, le han asignado en venganza un escaño en el gallinero del hemiciclo. Metáfora asombrosa de los devaneos con la podredumbre: ningún lugar acumula más excrecencia que el palo sobre el que duermen -y cagan- las gallinas.

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