Opinión | En ritmo sinusal

El enemigo público número 1

La enfermedad cardiovascular como principal causa de muerte

Las listas de enemigos públicos aparecieron ya en la antigua Roma, pero fue durante los años 30 del pasado siglo cuando un puñado de gangsters americanos, el FBI y el cine las hicieron mundialmente conocidas. Cada año, tanto la OMS (Organización Mundial de la Salud) como las instituciones nacionales de los diferentes países publican sus propias listas de enemigos públicos: las causas de muerte.

Hace ya varias décadas que la enfermedad cardiovascular ostenta el dudoso honor de ocupar el primer puesto, por delante del cáncer, y tras haber desbancado, durante el siglo XX, a las enfermedades infecciosas no solo en el primer mundo, sino también en los países emergentes. En España, de media, cada cuatro minutos fallece una persona por enfermedad cardiovascular.

Resulta especialmente llamativo que, incluso durante 2020, el año más duro de la pandemia, la enfermedad cardiovascular siguió siendo la principal causa de muerte en nuestro país. Aquel año dejó 119.853 muertos, frente a los 80.796 del covid-19, con un repunte del 2,4% respecto a la tendencia a la baja que se venía observando en años anteriores.

El análisis de este último dato nos permite sacar tres conclusiones importantes:

Prima. El sistema de salud funciona igual que una manta. Si tratamos de cubrirnos la cabeza dejaremos al descubierto los pies y viceversa. Si volcamos todos los esfuerzos en combatir una patología corremos el riesgo de dejar otras desatendidas.

Secunda. La percepción que tenemos de la importancia de determinadas patologías no siempre se ajusta a la realidad. En muchas ocasiones esta distorsión viene magnificada por la cobertura mediática (un claro ejemplo lo tenemos en el covid-19) y el temor que genera la sensación de desconocimiento y la falta de tratamientos eficaces.

Tertia. A diferencia de lo que sucede con otras patologías, el nivel de conocimiento científico actual permite explicar la fisiopatología de la enfermedad cardiovascular y tratarla de forma adecuada; tanto en la prevención primaria (antes de que suceda un primer evento), como en la prevención secundaria (cuando ya hemos tenido un primer problema y queremos evitar un segundo fracaso). Sin embargo, aunque dispongamos de los más modernos stents, de las más potentes resonancias magnéticas y de los últimos fármacos del mercado, el seguimiento de los pacientes sigue siendo fundamental; prevenir siempre es mejor que curar y mañana es tarde para lo que debimos hacer ayer.

Si la enfermedad cardiovascular es la principal causa de muerte en nuestro medio a pesar de ser una patología muy estudiada y disponer de los mayores avances farmacológicos y tecnológicos para combatirla, ¿qué podemos hacer como comunidad para enfrentarnos a ella?

El doctor Valentín Fuster lleva décadas desaconsejando continuar por el camino de la huida hacia delante: añadiendo más y más fármacos a los ya enormes pastilleros de nuestros pacientes. En su lugar, aboga por abordar el problema desde la perspectiva de la prevención. Por un doble motivo: económico y científico. El primero, porque la estrategia de escalar la polifarmacia se acaba volviendo insostenible para los sistemas de salud. ¿De qué nos vale tener fármacos maravillosos si no podemos dárselos a nuestros pacientes? El segundo porque simples estrategias de prevención se han mostrado más efectivas que los mejores fármacos.

La farmacología juega un papel esencial en el tratamiento de la enfermedad cardiovascular, pero es fundamental un uso racional de la misma que permita identificar a los pacientes de más riesgo, que se beneficiarán de los fármacos más caros y, sobre todo, tratar de reducir esta base de candidatos con unas buenas estrategias de prevención que permitan reducir su número y, de esta forma, hacerlo asumible para el sistema de salud.

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