Opinión

Lecciones aprendidas

En el Día Internacional de la Mujer que se conmemora cada 8 de marzo se rinde homenaje a la lucha incansable de las mujeres por su participación activa en la sociedad y su desarrollo íntegro como persona, en igualdad de condiciones con los hombres.

Si echamos la vista atrás, es innegable que hemos avanzado significativamente, aunque aún no lo suficiente. La lucha de las mujeres ha sido tanto individual como colectiva, siempre tratando de sumar a la otra mitad de la población que aún participa y contribuye de manera «tímida».

No podemos ignorar que los logros no son uniformes para todas las mujeres en el planeta, y tampoco lo son las demandas pendientes. Mientras en esta parte del mundo, quizás la más privilegiada, son todavía relevantes desafíos como la brecha salarial, el desempleo, la precariedad laboral, las dificultades para conciliar la vida profesional y personal, el acceso a oportunidades profesionales y el impacto de la maternidad; en otra parte del mundo, con menos recursos, las mujeres aún tienen un largo camino por recorrer antes de alcanzar nuestros retos.

El Día Internacional de la Mujer representa a todas las mujeres e implica un compromiso mutuo de cuidado, respeto y empoderamiento entre mujeres que reconocemos que juntas podemos generar un impacto positivo en la búsqueda de la igualdad de género.

Esta relación de apoyo y comprensión se llama sororidad, un concepto tan antiguo como el mundo mismo desde el momento en que el ser humano, y específicamente la mujer, apareció en él.

Demos una vuelta por el tiempo y la Historia, y la capacidad de establecer esas redes de apoyo, de colaboración y cuidado entre nosotras para salir adelante, se demuestra en múltiples momentos. Fueron mujeres las que quedaban en cuevas, pueblos, villas e industrias a cargo de la infancia, las personas mayores y las enfermas, mientras los hombres iban a cazar, a las Cruzadas o a la guerra. Eran mujeres las que en ese momento, sacaban adelante cosechas, ganado, obras y mercados, sosteniendo así toda una sociedad.

Fueron mujeres las que hicieron piña e impulsaron libertades de las que nos beneficiamos todas. Son mujeres las que actualmente –también a causa de conflictos, mafias, pobreza y violencia–, saltan de país en país y crean otras redes de apoyo para los hijos que las acompañan o los familiares que se traerán después.

Abuelas, madres, hijas, hermanas, cuñadas, amigas, vecinas, compañeras, generación tras generación. Millones de lecciones aprendidas sobre el arte de proporcionar espacios para compartir vivencias, generar contactos, ampliar el sentido de comunidad y confianza que permite establecer relaciones sólidas y mantener una red de apoyo para el bienestar del conjunto, siendo ese conjunto toda la sociedad.

Las mujeres siempre pensamos en plural. Nuestra inclinación hacia las conexiones emocionales y la comunicación verbal nos hace ser empáticas con las necesidades y expectativas de las personas que tenemos en nuestro entorno. Esa habilidad, ese valor, está inscrito en nuestro ADN histórico.

Cuando saltamos al terreno social, económico o de liderazgo, esa habilidad nos sigue acompañando. Debemos utilizarla para seguir construyendo un lugar compartido de éxitos a pesar de los obstáculos, donde generemos un valor colectivo. Trabajemos para visibilizar el talento de las mujeres, fomentemos la colaboración y crezcamos como personas y profesionales. Este viaje es de autodescubrimiento, empoderamiento y contribución al mundo.

Hoy comienza mi presidencia en uno de esos espacios: la Asociación de Mujeres de Empresa. Puedo dar fe de que el centenar de mujeres empresarias, autónomas y profesionales que formamos parte estamos comprometidas con ese propósito que hacemos nuestro. Continuamos la labor de aquellas que nos precedieron y dejaremos más lecciones aprendidas como modelo para las jóvenes que seguirán nuestros pasos.

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