Nuestro Vietnam de cada día

La pugna ha situado en el mismo escenario de confrontación al marido de Begoña Gómez y a la novia del empresario Alberto González Amador. La Moncloa, que hasta anteayer consideraba repugnante que se implicase a familiares en la refriega política de los corruptos, hoy solo parece dispuesta a ver la paja en el ojo ajeno si se trata de la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid y el supuesto fraude a Hacienda que le atribuye la Fiscalía. La mujer de Sánchez, envuelta en un conflicto de intereses por su vinculación con Air Europa, empresa rescatada por el Gobierno y que supuestamente financió su cátedra universitaria, en cambio, debe ser intocable, según la doctrina moral impartida por María Jesús Montero.

Cuesta ver, por deprimente, hasta qué extremos ha llegado la polarización que aqueja a este país y hasta dónde están dispuestas a enfrentarse las facciones políticas en su estrategia del "y tú más" en cuanto a los casos de corrupción, que crecen como los hongos convirtiendo la legislatura en algo irrespirable.

Entre tanta paja manipulada y amplificada convenientemente por televisiones, redes sociales y otros medios al servicio de la polaridad, al español le queda discernir cuál de ella procede del gatuperio puramente personal y cuál ha crecido en las instituciones públicas por medio del tráfico de influencias. Si el novio de Díaz Ayuso, como inicialmente parece, no se ha beneficiado de su relación con la presidenta madrileña ni de la Comunidad que preside, sería simplemente un defraudador más en un país de defraudadores, pero con el que los socialistas pretenden cercar políticamente a la novia para aliviarse de las cargas del "caso Koldo", el "Delcygate", Pegasus y la pesadilla independentista sobrevenida tras la ley de Amnistía. De lo contrario, efectivamente, estaríamos ante un nuevo escándalo. Por el momento se está agitando de modo que crezca la idea de que ha sido la propia Ayuso la defraudadora. En tiempos de guerra, es parte del Vietnam nuestro de cada día.

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