Opinión | Soserías

Teoría y práctica del golfo (o Kolfo)

El mundo del hampa hasta llegar a la golfería de mascarilla

Ábalos junto a Koldo.

Ábalos junto a Koldo. / EPE

El golfo es un ser errante especialista en ruindades, es un chulo que vive el deshonor con el honor dudoso del estafador, el golfo en definitiva es el pícaro antiguo al que, ay, le han quitado la literatura.

Y todos sabemos, incluso quienes no somos golfos, que, si nos quitan la literatura, nos quedamos en los puros huesos de la mecanografía.

Porque es la literatura lo que da firmeza a nuestras vidas, lo que las convierte en un viaje efusivo. Adviértase la diferencia que hay entre el viajero que viaja con su hatillo literario a cuestas inundándolo todo de ilusiones y visiones, de desmayos paisajísticos, el viajero que cree en las calles y plazas portátiles, y el viajero sin literatura que es incapaz de hablar de otra cosa que no sea el trasiego de las tarjetas de embarque y el precio del whisky en las tiendas del aeropuerto.

Pero no quiero perderme y volvamos al golfo o, mejor, de momento, al atracador, su modelo porque casi todos los golfos aspiran a atracadores condecorados y con uniforme de gala.

Este atracador se caracteriza por su atuendo de gran impacto visual pues que lleva la cara tapada con una máscara que bien puede ser una braga (con perdón de esas prendas delicadas, evocadoras de mil sueños húmedos) o un verdugo (con perdón de esos antiguos funcionarios sentimentales y macabros) y el pistolón al cinto. O la navaja albaceteña de hoja generosa y afilada.

El golfo al que dedico esta "Sosería" es personaje taimado, cauteloso, anónimo como lo demuestra el hecho de que actúa parapetado en varias sociedades mercantiles que se llaman precisamente anónimas por lo que tienen de ocultas, de indiferenciadas, de secretas. Si estas sociedades estuvieran limpias de toda sospecha a buen seguro que no se llamarían anónimas, buscarían un adjetivo que inspirara mayor confianza.

El golfo es cultivador de la triquiñuela, de la maña, del ardid y de la treta. También de la teta pues que es amigo de burdeles y casas de citas (que no son las que se ponen a pie de página en los libros) donde la teta abundante abunda.

El golfo antiguo, el propio de épocas más menesterosas, tenía vocación de lumpen y llevaba una vida estrecha y pordiosera. Era un golfo de provincias, a veces con nariz de boxeador sonado.

Hoy es muy distinto. Hoy el golfo anida en el mundo de la política, y si es progresista, trasversal y multinacional, mejor porque encima pasa por cosmopolita.

El golfo de nuestros días, también conocido como Kolfo, putero y devoto del percebe y la langosta, ha elevado a categoría estética al canalla del pasado

Es el golfo que ya no lleva máscara –como el atracador citado– sino mascarilla. Una forma sutil de engañarnos porque creemos ingenuamente que la lleva para no coger un resfriado o unas anginas cuando lo cierto es que es su uniforme de trabajo de malhechor.

De la máscara del antiguo atracador a la mascarilla del golfo.

Ahí se resume toda la historia del hampa.

Y lo bueno es que el golfo ha descubierto en la mascarilla el cuerno de la abundancia, la fuente cantarina de la fortuna más risueña y fácil. En el cuento de Aladino se frotaba una lámpara, hoy se frota una mascarilla y salen millones que van directamente a pisos en Benidorm o a cuentas corrientes en países de herejes.

El golfo de nuestros días, también conocido como Kolfo, putero y devoto del percebe y la langosta, ha elevado a categoría estética al canalla del pasado.

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