Opinión

Juan José G. Lagares

La deseada luz de la primavera

El sueño de que a la época actual la ilumine el espíritu del Siglo de las Luces

Empieza un nuevo día. Abro la ventana y me acaricia hasta deslumbrarme la límpida luz de la primera mañana primaveral. El suave sol de la recién estrenada estación me hace cosquillas en el alma. Ya es primavera. No se trata sólo de un hallazgo publicitario, sino de una de las expresiones más vitalistas del año. Es un grito de vida, de sangre renovada, de savia joven, de ilusionante cambio.

Esta incipiente luz de la nueva primavera me hace evocar una época, en la que el hombre luchó por arrojar otra clase de luz sobre su existencia. La luz de la razón. Era el tiempo de la Ilustración, también llamado Siglo de las Luces. Luces que iluminaron Europa, durante parte de los siglos XVIII y XIX. En distintos periodos, reinaron en España, los borbones FelipeV, Carlos III y Fernando VI, entre otros insignes monarcas, que acompañaron el desarrollo de la Ilustración en nuestro país.

Fue una era en la que el hombre buscó la luz de nuevos caminos que lo rescataran de épocas primitivas, plagadas de fanatismos religiosos, derivas absolutistas, miedos atávicos y otras miserias heredadas de decenas de años de oscura ignorancia y de pobreza intelectual. Aparecían en escena la razón y el conocimiento. La búsqueda de la felicidad, a través de la libertad del pensamiento. Una época que acogió a la Revolución Francesa y a la fundación de los Estados Unidos de Norteamérica.

El mundo se debatía entre la irrupción de unas teorías basadas en las ciencias y en las nuevas ideas liberales frente a las viejas creencias ancestrales carentes de sostén racional alguno. Brillaron pensadores de gigantesca estatura intelectual y moral, como Voltaire, Rousseau y Montesquieu, el primer impulsor de la separación de los poderes del Estado (ahora, cuestionada peligrosamente en nuestro país); sólo la independencia de las funciones ejecutiva, legislativa y judicial, podrán salvaguardar la libertad y los derechos de los ciudadanos.

En España, destacaron políticos de la talla de Jovellanos y Campomanes, entre otros. El espíritu de esta etapa y el recuerdo de sus ideales nos pueden servir de referencia para actualizarlo y enfrentarlo a la mediocridad imperante que rige hoy nuestra civilización.

Las luces largas de la Ilustración alcanzaron una visión más acorde con la racionalidad humana, en contraste con el cortoplacismo de los planteamientos políticos actuales.

Cuánta falta haría ahora una altura de miras como la que impulsó aquel siglo. Por supuesto que eran otros tiempos, que no tienen nada que ver con estos que nos ha tocado vivir. Pero por qué no elevar la mirada hacia metas más ambiciosas para la humanidad, que se aproximen a unos objetivos compartidos por todos, dejando a un lado los enfrentamientos estériles que sólo atienden a intereses partidistas y electoralistas.

Hubo un momento estelar, en la Transición española del 78, ahora incomprensiblemente devaluada, tras un ejemplar acuerdo entre fuerzas radicalmente opuestas: conservadores, democristianos, socialdemócratas, comunistas...

Todo por la reconciliación, por España. Fue un tránsito pacífico y modélico de dictadura a democracia, un ejemplo celebrado en todo el mundo civilizado.

Cuarenta y cinco años después, resulta que hemos retrocedido en nuestros planteamientos de convivencia. Hemos vuelto al todos contra todos. Increíble. Me sale un no tenemos arreglo.

Y más después de los inusitados vaivenes de los partidos que componen el gobierno de coalición. No hay política justa sin un mínimo de coherencia y esta brilla por su ausencia. El "donde dije Diego..." está a la orden del día. La insaciable hambre de poder hace imposible la coexistencia en armonía.

¿Esperanza?, no sé, a ver si la luz de la nueva primavera obra el milagro y trae un poco de cordura y el espíritu de la Ilustración ilumina a los líderes políticos. El sabio espíritu del Siglo de las Luces nos llevaría ahora a hacernos la pregunta del millón. ¿No puede haber, de una puñetera vez, un principio de consenso entre los grandes partidos constitucionalistas? Qué poco costaría dejar fuera de juego el permanente chantaje de unas minorías independentistas ("unas minorías en vías de extinción", según frase literal de Felipe González) y hacer que comparezca ante la Justicia un prófugo como Puigdemont: cobarde (huyó a Bruselas en el maletero de un coche, mientras sus colegas indepes, ingresaban en prisión), miedoso (teme que ni la Ley de amnistía le libre de la cárcel) y desconfiado (no se fía de la palabra de Sánchez –y en eso hace bien–).

Robert Owen, padre del concepto utopía, propuso su teoría de que el entendimiento entre todas las fuerzas sociales, incluidas aquellas cuyas posturas estén en clara oposición, llegaría a crear una sociedad armoniosa y feliz. Una utópica entelequia que se me antoja muy lejos de nuestro panorama actual. Pero el poder de la convicción humana podría hacer valer la fuerza de la razón y debería acabar por imponer una solución de estado. Por qué no abrir nuestra ventana a la luz de la nueva primavera para que ilumine de sensatez y sentido común las mentes de quienes tienen la capacidad de poder parar los desmanes y despropósitos que impiden, entre otras cosas, las buenas relaciones entre españoles. No a los chantajes políticos, no a las guerras, no a la violencia que se ensaña con los más vulnerables.

¿Por qué no soñar con que esta primavera vaya a ser la Estación de las Luces?

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