Opinión

Bruto amo

La primera vez en democracia que un presidente hace un recorrido por los medios para lloriquear por las descalificaciones recibidas

No es la primera vez que los insultos son actualidad, aunque ahora padezcamos la clase política peor educada y con menor ingenio para proferirlos, sin que una crea que cualquier tiempo pasado fue mejor. Bendito este de libertad y no aquellos dictatoriales, aunque algunos gobernantes de piel muy fina en lo que se refiere a su persona y muy gruesa en lo que se refiere a los demás, como Puente o el propio Sánchez, confundan críticas con insultos para desactivar las primeras. Los insultos son inevitables pero indeseables. Las segundas son justas y necesarias. Y es la primera vez en democracia que un presidente hace un recorrido por los medios para lloriquear sobre las descalificaciones recibidas como agravios personales, como Sánchez antes de las generales o que un ministro las recopila para señalar después a los medios culpables.

No me apetece recordar que fue el presidente quien inauguró el insulto a boca llena con aquel indecente que le soltó a Rajoy. Ni los insultos que prodiga Puente adiestra y siniestra tampoco. Pero sí cómo es de rico el español, capaz de convertir el peor insulto en la mayor de las adulaciones. Fijémonos, por ejemplo en la expresión "el bruto amo", con la que una deslumbrada Rahola se refería a su adorado Puigdemont, no sé si antes o después de que escapara escondido en un maletero el héroe dejando a sus compañeros como carne de cárcel. Eso era él para ella, lo mismo que Mourinho para Guardiola, aunque en este era sarcasmo. Ónega se refirió así al presidente cuando ganó sus primeras elecciones, y eso parece seguir siendo lo que le consideran sus incondicionales según crónicas recientes. "Bruto amo" era Ábalos para Koldo, que nadie movía ficha sin su autorización y así se consideraba Rubiales, según cuenta su abogado o su tío que ya confundo a uno que le llama "bruto amo" y al otro, que le titula de "bruta cabra".

Sí, ya sé que el español está para usarlo, pero como las palabras nos retratan, me niego a escribir la expresión descarnada que considero la quintaesencia del machismo más casposo. Timorata que es una.

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