Opinión | Solo será un minuto

Consumo disgusto

Conocí a una buena persona atrapada por el mal hábito de dejarse cautivar por una ansiedad insuperable: convertir el consumismo en un fin en sí mismo. Ensimismada y rehén de deseos que poco tenían que ver con sus necesidades. Como el dinero no era problema (un trabajo sólido, sin obligaciones familiares y con el colchón de una jugosa herencia que facilitaba conciliar el sueño sin preocupaciones añadidas), su camino para sentirse a gusto consigo misma y afianzar su confianza en un mundo propicio para alimentar inseguridades era dar una y otra vez oportunidades a las compras constantes y sonantes, no diría compulsivas pero sí en permanente estado de expectación. Cuando cambiaba de coche a los dos o tres años ya debería haberse percatado de que algo no carburaba en su lista de prioridades, pero era bastante hábil buscando auto-justificaciones. El olor interior a vehículo nuevo tiene para muchas personas un atractivo colosal, vale, a lo que hay que añadir las numerosas chorraditas que se incorporan para la ayuda a la conducción y que en algunos casos son una fuente de distracciones.

Los excesos consumistas (esos que llevan a entrar en un súper o una tienda para salir con bolsas llenas de productos que no se necesitan) alcanzan una cobertura a tope y sin topes cuando se trata del teléfono móvil. Los fabricantes cambian el nombre del modelo, le añaden tres o cuatro mejoras (que a menudo lo empeoran) y suben el precio a sabiendas de que habrá masas de compradores dispuestos a convencerse de que la felicidad va envuelta en celofán, tiene corazón de megapíxel y un procesador que alucinas.

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