Opinión

El peso del humo (y del alma)

La escritura como reivindicacion del yo, a sabiendas de que éste es solo ficción

Todos los cursos académicos, en algún momento entre octubre y noviembre, propongo a mis estudiantes de la asignatura de Teoría y práctica del guion una sesión en torno a la película "Smoke". Después de leer la entrevista que concedió a Annette Insdorf, todo un curso comprimido de escritura que aparece en el volumen publicado en Anagrama junto al guion, analizamos la escena en la que Paul Benjamin, el desastrado escritor sin ideas fumador de puritos de marca Schimmekpenninks, explica a los asiduos al estanco de Auggie en Brooklyn (Tommy, Jerry, Dennis) su teoría en torno al peso del humo. Una teoría que conduce a sir Walter Raleigh y que termina siendo una hipótesis sobre el peso del alma. Paul Auster había escrito el guion de "Smoke" a partir del cuento de navidad que él mismo había publicado en "The New York Times", una experiencia que le serviría para entender y asimilar el cuento como forma breve y el guion como género difuso. Y para convencerse de que lo suyo era la novela.

No sé si Auster conocía el peso del alma. Ni siquiera si creía en el alma como Javier Marías creía en todas las almas (Auster apreciaba a Marías y le echaba flores a la menor ocasión que se le presentaba). Pero de lo que no cabe duda es de que conocía el peso del azar, de los destinos cruzados, de los mundos posibles y sus múltiples realizaciones. En uno de esos azares, Paul Auster y Woody Allen compraban una visera de pana marrón en una tradicional sombrerería de Oviedo. En otro, yo tenía la oportunidad de entrevistarlo para el Centro Niemeyer de Avilés, pero algo pasó qué más da el qué, quizás el azar- que impidió aquel viaje tan esperado. En otro más, Siri Hustvedt conversaba con Yolanda Morató mientras yo asistía feliz a esta conversación interminable que es la literatura.

La visera improbable. El encuentro que no fue. El largo diálogo. Ficciones que se entrelazan con otros experimentos con la verdad en esta ciudad de cristal que es la existencia. Las novelas de Paul Auster, que llegaron a España de mano de Silverio Cañada y Juan Cueto en aquella editorial mítica de nombre Júcar, tienen la capacidad de ser modernas y posmodernas al mismo tiempo. No renuncian a la profundidad filosófica ni a la indagación psicológica, pero se deslizan sin problema y con gusto en el desparrame lúdico, siempre que sea este un desafío para la inteligencia. Testigo de la Historia y protagonista de sus historias, Auster acepta el reto de enfrentarse a las técnicas y las formas literarias siempre que estas permitan abrir de par en par las puertas de las ficciones. No hay límites, parecía pensar Auster. Reivindica el yo a sabiendas de que es una forma más de ficción, una forma más de estar de incógnito a pesar de estar expuesto. No hay género literario en el que no quisiera estar ni tema que no le interesara. La identidad y sus señas son el campo de batalla para el batallón de los perdedores. El humo pesa, qué duda cabe. Y también el alma, si es que existe. Y pesa, cómo no, la ausencia de Paul Auster. Yo creía que Auster era Dios. Y ahora es invisible.

Javier García Rodríguez es escritor y profesor en la Universidad de Oviedo.

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