Opinión

Los toros y la ley de la gravedad

El Premio Nacional de Tauromaquia

Un ministro de Cultura ha suprimido cierto premio de Tauromaquia: y los partidarios de la fiesta llamada nacional se han puesto de los nervios. Menos mal que a Ernest Urtasun no le dio por cancelar las corridas de toros, como ya sucedió años atrás en Cataluña. Los taurófilos hubieran pedido su ejecución en la plaza.

El de los toros es, en realidad, un espectáculo sometido como cualquier otro negocio a la ley de la oferta y, sobre todo, de la demanda, que tiende a decrecer. A medida que los países se civilizan, deja de ser gracioso o siquiera aceptable correr a los perros a pedradas y tirar camadas de gatos al río dentro de un saco. Parece lógico que también pierda audiencia una fiesta basada en picar, alancear y estoquear las carnes de un toro hasta darle muerte. Con las corridas ocurre lo mismo que con la ley de la gravitación universal explicada por un sargento entre chusco y chusquero. "Los proyectiles caen al suelo debido a la ley de la gravedad", decía el suboficial. "Pero si esa ley no existiese, caerían por su propio peso". Lógica impecable.

La afición a los toros está decayendo desde hace tiempo. Nadie parece echarlos de menos en Cataluña, donde fueron prohibidos hace catorce años; si bien su declive venía de mucho tiempo atrás. La mismísima TVE dejó de transmitir en directo las corridas, que acaso no fuesen el más edificante de los espectáculos para los niños.

No es que el Gobierno, por bolivariano y social-comunista que sea a juicio de sus críticos, haya tomado medidas de fondo sobre este delicado asunto. Tuvo una oportunidad de hacerlo con su Ley de Bienestar Animal, que excluye a los toros. La excusa es que ya había leyes anteriores que definían a la fiesta como "patrimonio cultural". No se trata de una medida incongruente, desde luego. El propio Premio Nacional de Tauromaquia que el Gobierno acaba de suprimir fue instituido no hace mucho –en el año 2011– por el entonces presidente José Luis (R.) Zapatero, a quien nadie acusará de derechista.

Lo del ministro Urtasun ha sido más bien un pellizquito de monja, aunque bien está que se deje de financiar con la respiración asistida de los impuestos un espectáculo de sangre que difícilmente se sostendría sin ellos. Aun así, esta módica decisión fue bastante para movilizar a los partidos conservadores y, por supuesto, a los socialdemócratas. Los toros han conseguido reconciliar en un mismo bando al presidente socialista de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, y a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por ejemplo. Los dos han protestado contra esta ofensa a la fiesta nacional. Ahí se conoce que los políticos saben unirse cuando se trata de afrontar cuestiones en verdad trascendentes para el futuro del país. Como los toros, un suponer.

Quienes no vean razonable el sostenimiento público de un pasatiempo que evoca las crueldades del circo romano habrán de esperar a los efectos de la ley del mercado y a los de la gravedad. Es solo cuestión de tiempo que las plazas se vacíen sin necesidad de prohibiciones.

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