Opinión

Felipe González y la melancolía

Cada aparición pública del ex líder de los socialistas provoca un aumento de consumo de aspirinas en Ferraz

Dicen que los expresidentes del Gobierno son como valiosos jarrones chinos, que nadie sabe en qué parte de la estancia debe ponerlos, para que luzcan sin estorbar. Si Felipe González recibe la consideración de una de esas piezas de antiquísima cerámica, después de las últimas apariciones públicas del sevillano no cabe duda que Pedro Sánchez deseará que cualquier crío travieso, hijo de militante obediente de reciente hornada, le haga discretamente añicos de un balonazo. Y convertirlo así en ajuar funerario, políticamente hablando.

Cuando Felipe habla, se incrementa el consumo de aspirinas en Ferraz. González apareció la semana pasada en un programa televisivo en horario de máxima audiencia y con la Constitución en la mano se despachó con el dictado de una decena de impactantes titulares que habrán incomodado, sin duda, en Moncloa. El futuro no envía heraldos al presente, pero el ganador de las elecciones del 82 alerta, en calidad de oráculo, de la deriva de un proyecto político que puede conducir inexorablemente a la desaparición de las siglas centenarias. Ahí están los casos del socialismo francés e italiano como ejemplo: primero se pierde un proyecto político de masas y a continuación se pierde el partido. Es el riesgo que asume este PSOE sovietizado, que se ha dejado secuestrar por la ultraizquierda y por el nacionalismo. “Con 120 diputados se puede tener proyecto siempre que se aspire a tener 175. ¿Si uno no cree que puede ser mayoritario, por qué la mayoría va a creer que uno lo puede representar?”, opina con razón el ex dirigente.

Solo si González fuese en realidad el capitán de un ejército de guerreros de terracota, soldados durmientes a la espera de una orden para afilar las lanzas y plantear batalla, podría temer el sanchismo un arranque de impensable disidencia de los defensores de la socialdemocracia clásica. Pero no parece que la vieja guardia vaya a acudir a una lectura común de “El arte de la guerra”, de Sun Tzu: cada aparición del veterano expresidente, por rotunda que sea, no va más allá de un arranque de melancolía.

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