Opinión

La gran poesía que surgió del este

Ana Blandiana, "Princesa de Asturias" de las Letras 2024, encarna, como en su día Zagajewski, un modelo de resistencia moral y estética frente a los daños de la historia

Hace dos años, en Gijón, Ana Blandiana me dijo que una "fuerza había protegido su poesía de las circunstancias, llevándola a lo esencial". Lo cierto, sin embargo, es que la obra lírica de la última galardonada con el premio "Princesa de Asturias" de las Letras, quizá la poeta viva más importante de Europa, es un poderoso y sugerente concentrado verbal atravesado por una inequívoca posición moral y estética. De acuerdo, sus poemas tienen una lectura universal y son operaciones intelectuales que transmiten la experiencia de una experiencia, como teorizó Joan Ferraté. Pero son resultado, también, de la posición ciudadana y cultural que esta mujer mantuvo en la Rumanía comunista de los dictadores George Gheorghiu-Dej y Nicolae Ceausescu. La historia es esa filtración que siempre inunda nuestras vidas. Nacida en Timisoara en 1942, sufrió las represalias de un régimen feroz que colapsó en 1989, tras una masiva protesta popular y el fusilamiento de Ceausescu y su mujer Elena. Una pincelada biográfica para entender mejor la personalidad de esta mujer: trabajó como peón de la construcción, tras prohibirle la policía política el ingreso en la universidad, y soportó los zarpazos de la censura.

Porque, digámoslo ya, la poesía de Ana Blandiana ofrece más amplios registros de los que suelen señalar los apresurados resúmenes periodísticos. La ironía, por ejemplo. Sus versos logran una renovada línea expresiva que asienta sus pilares en dos de los grandes faros de la rica tradición lírica rumana, el romántico Mihai Eminescu (1850-1889) y el modernista Lucian Blaga (1895-1961), entre otros. Y se inscriben en el movimiento de contestación de la llamada Generación del 60, integrada por autores tan consistentes como Nichita Stanescu, Marin Sorescu, Ileana Malancioiu o Ioan Alexandru. Una enmienda a los dogmatismos literarios del realismo socialista soviético. Estos autores no constituyeron un grupo homogéneo, aunque cada uno de ellos aprovechó a su modo la apertura política que Ceausescu ensayó, tras la desestalinización de Jruschov en la URSS. Su pegamento era lo que detestaban. Lo escribo tal y como me lo contó la poeta.

Blandiana tomó su "nom de plume" del topónimo del pueblo de su madre y le añadió el antropónimo Ana por la rima interna. Suena bien, la verdad, como un clarín de combate. Resistente y delicada, intensa y serena, nació como Otilia Valeria Coman y es hija de un pastor ortodoxo (igual que Blaga) encarcelado por Gheorghiu-Dej. Desde que publicó en 1964 "Primera persona del plural" su poesía no ha dejado de crecer a partir de la búsqueda de una transparencia del lenguaje que aúne belleza y verdad, iluminación y pensamiento, lejos de cualquier tentación barroquizante. "Nunca, después de acabar un poema, he tenido la seguridad de que le seguiría otro, de que no iba a ser el último", me confesó hace dos años mientras tomaba su café capuchino y llovía mansamente en la gijonesa calle Corrida. Esa inseguridad suele ser una de las marcas de los poetas verdaderos, frente a los meros versificadores.

La poeta rumana escribió "Variaciones sobre un tema dado" (2018), quizá su título más conocido en España, en un monasterio moldavo y, en ocasiones, mientras asistía a misas que duraban siete horas. Una carta de duelo tras el fallecimiento de su marido, el escritor e historiador Romulus Rusan. El amor más allá de la muerte, como en el conocido soneto de Quevedo, pero dándole la vuelta al mito de Orfeo y Eurídice. Le pregunté si con este volumen cumplía su sueño de una poesía simple, "casi esquemática", como los "dibujos de los niños": "Sí, en cierto modo, sí. Es evidente que, desprovisto de toda intención de arte literario, es el libro que más se acerca a la poesía pura". Ana Blandiana tiende hacia un lirismo intenso y meditativo, conquistado a través de palabras esenciales que rehuyen la ampulosidad retórica. Quitar, borrar, deshacerse de la hojarasca. La arquitectura sutil de sus poemas está sostenida en un ritmo interno que funciona como dinamo de la composición. Otra de sus convicciones literarias: "Un poema que no tenga ritmo interno es prosa, independientemente de las otras cualidades que tenga".

Y por esa incertidumbre derivó hacia la narrativa, el ensayo, el diario o el periodismo: "En la poesía siempre me he sentido subordinada, dependiente de una fuerza superior a mí. Mientras escribía prosa me convertí en una escritora profesional, alguien que se sienta en el escritorio, escribe hasta que se cansa, hasta que le vence el sueño y, al día siguiente, lee el último párrafo y continúa". La prosa ha sido, en su caso, una defensa contra las asechanzas de las circunstancias políticas que han marcado la vida de Ana Blandiana. Un sobresaliente intento de desenmascarar los rostros de la dictadura y de atisbar los caminos de la libertad. Aunque el motor de su escritura ha sido siempre la poesía, que concibe como un "asidero", un "alimento" para la supervivencia. En aquella mañana de hace dos años le pregunté por sus poetas preferidos. Dio sus nombres por este orden: Rilke, San Juan de la Cruz, Emily Dickinson, Poe, Seamus Heaney, Montale, Dylan Thomas, Robert Frost, Paul Celan y T. S. Eliot. Y ahí podemos encontrar el hilo lírico de sus propios textos, algunas de las urdimbres de su estilo. Es una comunidad literaria con la que troqueló la divisa que ha regido sus operaciones poéticas. Dos aforismos de su cosecha: "La poesía no tiene que brillar, tiene que iluminar"; "La poesía debe estar mucho más cerca de la vida y de la muerte que de la literatura".

Ya hemos dicho que Ana Blandiana ha sido y es ejemplo de tenacidad y firmeza frente a la intolerancia. ¿Cuáles son sus simpatías políticas? Cuando la entrevisté, explicó que se sentía próxima a los postulados que defiende en el Parlamento Europeo la Democracia Cristiana. Presidió el PEN Club rumano y, desde 1991 a 2001, la Alianza Cívica, una organización no gubernamental a la que se le concede un papel crucial en el desmantelamiento de la anterior estructura totalitaria y en la democratización de Rumania, país que forma parte de la Unión Europea desde 2007. Dirige el Memorial de las Víctimas del Comunismo y la Resistencia, que incluye un museo en la antigua cárcel de Sighet y un centro internacional de estudios. Desde hace años está en las candidaturas al premio Nobel de Literatura junto a otro rumano, Mircea Cartarescu (1956), ya de otra generación. Encarna la "conciencia cívica de la ‘polis’", según ha subrayado Viorica Patea, profesora de la Universidad de Salamanca y, si me permiten, la gran embajadora de Blandiana en España, además de una de sus traductoras.

El jurado de los Premios Princesa de Asturias acierta al galardonar a Ana Blandiana, igual que atinó en 2017 con el reconocimiento de la obra poética y memorística del polaco Adam Zagajewski (1945-2021). La gran poesía que nos viene del Este. Más si tenemos en cuenta que Rumanía es una "isla latina en un mar eslavo", según expresión de la poeta, con la quinta lengua romance más hablada del mundo. Debido a los dramas de la historia y las peculiaridades demográficas, muchos autores rumanos han acabado escribiendo en otros idiomas: Tzara, Celan, Ionesco, Cioran… Herta Müller, que recibió el Nobel en 2009, escribe en alemán. Blandiana está convencida de que hoy, en Ucrania, se libra una nueva guerra entre la mentira y la verdad, la razón y la locura.

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