No nos resulta posible establecer en qué siglo se creó la danza de arcos de Ribadesella, ya que, en palabras del investigador Jaime Álvarez Rivero, «los orígenes de esta antiquísima danza se pierden en la lejanía de los tiempos».

De analogías con ritos del País Vasco y Cantabria, parece estar vinculada con la pesca de ballenas, una fructífera actividad del puerto riosellano que duraría hasta principios del siglo XVIII.

Entre mayo y septiembre tenía lugar la costera de la ballena. En acción de gracias por las capturas obtenidas, el primer domingo de octubre el Gremio del Mar (antecedente de la actual Cofradía de Pescadores) organizaba una fiesta en honor de la Virgen del Rosario. En la explanada de la iglesia parroquial, y ante la imagen de la Virgen, un grupo compuesto por marineros le rendía homenaje con los giros propios de la danza de arcos. A continuación, el grupo acompañaba a la procesión por las calles de la villa, rodeando con sus arcos a la Virgen.

Cuando dejó de celebrarse esta festividad, el homenaje se trasladaría a la Virgen de la Guía, patrona de los marineros. Posteriormente, como veremos, los danzantes serían reclamados para actuar en numerosos festejos.

Si bien eran numerosos los movimientos ensayados por los componentes de la danza, los pasos esenciales recibían el nombre de «la reverencia», «el túnel» y «la media naranja». Los volteos requerían una gran coordinación entre los danzantes, por lo que se hacían necesarias interminables horas de ensayos.

La danza estaba compuesta por un regidor, un abanderado, un tamborilero y veinticuatro jóvenes con sus respectivos arcos, que se movían al ritmo de un único tambor. La vestimenta consistía en camisa y pantalón blancos, alpargatas blancas de cintas rojas trenzadas a los bajos del pantalón, fajín colgante de color rojo y pañuelo rojo de pico anudado en la frente. Los arcos estaban hechos con palos de avellano encintados con franjas rojas y blancas. Sin duda, el colorido del grupo debía de resultar espectacular.

No parece razonable pensar que los danzantes cobrasen por sus actuaciones ante la imagen de la Virgen, pues, al fin y al cabo, se trataba de un homenaje en acción de gracias. Sin embargo, en alguna ocasión sí recibieron algún estipendio; según consta en los archivos parroquiales, en 1846 el grupo recibió «veinte reales de vellón abonados al tambor y jóvenes marineros de la danza del arco», y en 1859, «diez reales de vellón abonados a los danzantes de los arcos». Pero lo usual era que, tras la actuación, los miembros del grupo hiciesen una colecta entre los presentes para recabar fondos.

Con la emigración de las ballenas a Terranova y Groenlandia en los albores del siglo XVIII, el Gremio de Mareantes subsistirá de la pesca del salmón en el río Sella hasta que, finalmente, se disuelve en las postrimerías del siglo XIX. Con él, también la danza de arcos desaparecerá durante varias décadas.

En 1934, el entusiasmo riosellanista de Guillermo González -posteriormente cronista local de la villa- va a hacer revivir la danza de arcos de Ribadesella. Junto con los supervivientes del grupo: el regidor Celso Valdés, el tamborilero Pedro Aguilera, «Pedrín», y los danzantes Agustín «Monona» y Paquín Cueto, la danza es rescatada del olvido e inicia una nueva singladura. Durante unos años, las nuevas generaciones son adiestradas por estas personas en el aprendizaje de los pasos y evoluciones tradicionales. Pero esta iniciativa se ve truncada por la Guerra Civil.

En sus «Estampas riosellanas» Guillermo González nos dice que «la danza de arcos está ligada a lo más bello de nuestras tradiciones», y nos deleita con uno de sus poemas:

Con la «media naranja»

de la danza de arcos

haré a mi nietina

dos collares muy largos.

Ya viene por la calle,

madre, danzando

la tradición más nuestra

¡la danza de arcos!

Mira, asómate, madre,

¡son veinticuatro!

Y Cuetín y Monona

son cabeza y son mando.

Como jefes de fila

van bordeando los pasos.

Pedrín con el tambor,

que brilla como un astro,

da la armonía precisa

a los que están danzando.

La música tribal

tiene un don en sus manos,

y la «media naranja»

con su gracia y encanto

es casi un arco iris

perdido en el espacio.

Las calles se iluminan

con resplandores claros.

¡Todo es luz y alegría

con la danza de arcos!

En 1942, de nuevo de la mano de Guillermo González, la danza vuelve a revivir para caer en la inactividad unos años más tarde. En 1953 es reorganizada de nuevo y, en 1960, por primera vez deja de estar compuesta por hombres sólo para pasar a ser mixta. En 1963 vuelve a desaparecer hasta 1974, en que reaparece con nuevos bríos, así como con algunas modificaciones; este año el atuendo ancestral experimenta una transformación por el que pasan a ser azules el fajín y el pañuelo, éste último anudado al cuello en lugar de a la cabeza. Las cintas de los arcos son ahora azules y blancas, y las niñas llevan falda blanca de campana. Bajo la magistral dirección de Argimiro Valdés -nieto de Celso Valdés-, los riosellanos vuelven a deleitarse una vez más con las rotaciones de su tradicional danza local.

El nuevo grupo actúa con frecuencia en las fiestas locales como Nuestra Señora de la Guía, Santa Marina (patrona de la villa riosellana), Santiago Apóstol, y también en otras localidades, como en el Día de América en Asturias y la entrega de los premios «Príncipe de Asturias» en Oviedo, la Fiesta del Bollu en Avilés, la Casa de Asturias en Benidorm, el Excelentísimo Ayuntamiento de Benidorm, el Centro Asturiano de Madrid, el Centro Asturiano de Granada, etcétera.

En una ocasión, y a petición del creador del Descenso Internacional del Río Sella, Dionisio de la Huerta, el color de los arcos se cambió para representar los cinco colores de los aros olímpicos, y así actuaron en la popular Fiesta de las Piraguas.

También en esta época los miembros del grupo actuaban desinteresadamente, de manera que los gastos para adquirir vestuario o reposición de material se cubrían con la venta de lotería, subvenciones municipales y aportaciones individuales de los integrantes de la danza.

La devoción marinera a la Virgen, la tradición folclórica, el colorido festivo, la alegría de niños y jóvenes, todo ello constituía la base de esta ancestral y entrañable danza de arcos de Ribadesella.

Pero desde el año 2000 no tenemos danza. Hace unos años hubo una iniciativa por parte de la Escuela Pública Manuel Fernández Juncos para reinstaurar la danza de arcos, pero duró poco tiempo.

Da la impresión de que, con la llegada del siglo XXI, se ha extinguido para siempre lo que puede calificarse como la tradición de más profunda raigambre en Ribadesella. ¿Aparecerá algún otro entusiasta que se anime a hacer revivir este espléndido rito folclórico? Y si es así, ¿gozará de los apoyos necesarios? Esperemos que la respuesta a estas dos preguntas sea afirmativa, y ojalá que lo sea dentro de poco tiempo.

Agradecemos la colaboración de Argimiro Valdés, sin cuyas aportaciones este artículo no hubiera podido elaborarse.