Llanes, Patricia MARTÍNEZ

«A mí el trabajo me encanta, en la mar, en el prau, con el viento». Javier Castañón es recolector de ocle desde hace, por lo menos, 25 años, y resume en estas pocas palabras un tajo duro y estacional que ayuda a la economía de una treintena aproximada de casas en el concejo de Llanes. Lo recogen de septiembre a diciembre y por cuadrillas, que a su vez se reparten las playas, teñidas en esta época de un color más rojizo que el de la hojarasca.

Después venden las algas a fábricas en las que se produce «agar-agar», una gelatina vegetal que en este caso procede de la especie «Gelidium» y que se utiliza en las industrias culinaria, médica y farmacéutica, sobre todo. Productos lácteos como los yogures y los helados, dulces como los caramelos de goma o el «marrón glacé» y otros comestibles y bebibles como la cerveza, el vinagre y algunas masas de pan llevan algas extraídas del Cantábrico y otros mares. En medicina es, entre otros, agente terapéutico y estabilizador de soluciones.

El año pasado el kilo anduvo por «las 110 pesetas, con precios de hace treinta años», apunta Castañón, que recoge en San Antolín, La Huelga y La Canalona. A la ganancia hay que descontarle los impuestos y restar lo que se gasta «en maquinaria, en reparaciones y en gasóleo, hay días de echar hasta 100 euros entre los dos tractores». No es la panacea ni la receta para salir de la crisis, pero con una costera de 30.000 kilos se pueden sacar unos 18.000 euros. «Ahora mismo no hay dónde ganar ese dinero, ni con vacas, ni con una lancha de pesca ni en la construcción o la albañilería», recuerda Castañón. Eso sí, en diciembre llega el final de la temporada y «te tienes que dedicar a otra cosa, porque ya no hay dónde sacar nada. La mar dio todo lo que tenía que dar», apunta este allerano que recaló en Torimbia hace tres décadas y al que conocen en la zona como El Gaiteru.

La mar decide cuándo saca las algas, que llaman de «arribazón» y que, a diferencia de las de «arranque», recogidas por buceadores del fondo marino, se colectan en la playa. Las que llegan a los arenales lo hacen arrastradas por la marea cuando, en la jerga marina, «la mar se mete tres metros» como mínimo y su propia fuerza las arranca y las vara en la playa.

Quienes trabajan este método saben que la mar es caprichosa e «igual nos tiene veinte días mirando para ella, yendo a una playa y a otra, como nos asfixia y estamos sacando quince o veinte días seguidos». Castañón recoge con un socio y prefiere ir haciendo poco a poco. Está encantado con este otoño tan veraniego. «Es la mejor costera de mi vida, sacas un viaje y a los dos días está seco», explica antes de añadir que «secar agua salada en invierno es muy difícil. Si llueve, el ocle pierde calidad para la fábrica, peso para nosotros y toda la gracia», añade.

En la cadena que va desde que el oleaje separa la planta del fondo hasta que acaba convertida en un producto industrial los recolectores finalizan su parte cuando, una vez seco y apilado, lo cargan en el camión, que se lo lleva a alguna de las fábricas que producen «agar-agar». Estarán cosechando el alga hasta diciembre y sólo entonces sabrán el precio definitivo al que van a vender el kilo, en función de las compañías que pujen por ello. Con el nuevo año llegarán también nuevas ocupaciones, hasta que el próximo otoño las sombrillas vuelvan a retirarse de las playas para dar paso a tractores y alfombras rojas.