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La vida arruinada por una antena

Un repetidor de televisión dañó la salud de un vecino de Sonsierra y su lucha para que fuese retirado le obligó a irse del pueblo por las amenazas

La vida arruinada por una antenap. m.

Las vidas de Severino Vega y de su mujer, Conchita Peri, se truncaron el día en el que pusieron el repetidor de televisión a sólo 29 metros de su casa, en la localidad de Sonsierra, entre Piloña y Caso. Fue en 2001 y poco después Vega comenzó a sentirse mal y a desvanecerse sin motivo aparente, cada vez durante lapsos mayores de tiempo.

Su esposa comenzó a sospechar que las ondas electromagnéticas emitidas por la antena, que tiene una pata y 29 metros de tubería en su huerta, eran las causantes de su malestar. Informes médicos, estudios realizados en todo el mundo, casos similares y su propia experiencia le han confirmado que padece «la peor enfermedad que le podía tocar, no puede demostrar lo que tiene y si quiere tener una vida normal tiene que irse al monte, a un punto ciego de cobertura», explica Peri, repitiendo las palabras del doctor Joaquín Fernández, del Hospital Clínico de Barcelona.

El diagnóstico que le dieron tras casi una década de vueltas y anodinos informes se traduce en insomnio, fatiga crónica, problemas dermatológicos, oftalmológicos y digestivos, pérdida de memoria, náuseas, síndrome de piernas inquietas y así hasta una lista de 19 de los síntomas más importantes de la sensibilidad electromagnética.

Por si este rosario de desdichas fuera poco, se añade lo que comenzó como presión vecinal y derivó -aún continúa- en insultos, amenazas y agresiones, tanto físicas como a sus propiedades. Tantas y tan graves que a comienzos del año pasado el matrimonio decidió irse de la casa materna de Vega al concejo de Ponga, donde parece que tampoco pueden vivir en paz. Cuando Peri confirmó que lo que estaba acabando con la salud de su marido era la antena, inició una larga y dura batalla burocrática para que la retirasen. En el transcurso de esa lucha, descubrió que «había dos expedientes diferentes en los que no se correspondían los lugares donde figuraba. El que se publicó y con el que cerraron el período de alegaciones la ubicaba en otro sitio», explica.

En base a este argumento, en noviembre de 2009 Peri recibió un informe de Disciplina Urbanística en el que le reconocían que la instalación no era legal. Meses después, en febrero de 2010, llegó el apagón analógico y con él la implantación de la televisión digital terrestre, con mayor potencia electromagnética. La vecina esgrimió el documento de Urbanismo y el hecho de que no se había pedido permiso a su marido para dejar que la torre arrancara.

Entonces pusieron la plataforma en medio del pueblo, pero los vecinos querían la señal desde aquel repetidor y un mes después «se plantaron a las ocho de la noche sesenta personas de tres pueblos y nos amenazaron de muerte», refiere Conchita con amargura. Según su relato, defendían que «su derecho a la información estaba por encima de nuestra vida». El matrimonio asegura que nunca quiso quitarles la televisión a sus vecinos, sino luchar contra la ilegalidad y contra una enfermedad que, por si fuera poco, no le ha sido reconocida en ningún centro hospitalario asturiano. Vega los ha abandonado con informes tan imprecisos como «interrupción de la conducción eléctrica del corazón por causas desconocidas» y similares.

Padece paradas cardiacas y alteraciones en las pulsaciones, máxime cuando está cerca de aparatos que emiten ondas electromagnéticas, pero existe «una sola forma de demostrar lo que tiene, con una necropsia», señala Peri. Si una vez fallecido analizan su cuerpo «y descubren albúmina es que la barrera ha sido quemada por la radiación electromagnética», añade.

A Peri le gustaría unirse a personas con el mismo problema e inquietudes similares, como los vecinos de Lastres, que piden informes que justifiquen si la antena del Campo de San Roque es o no perjducial para la salud. Está dispuesta a organizar charlas y otras actividades para explicar en qué consiste la enfermedad y qué factores influyen en ella, además de los repetidores de televisión. El problema, a su juicio, es que «quien no es electrosensible no lo va a identificar», pero advierte de que a esta amenaza está expuesto todo el mundo.

Tras el calvario de más de una década, Peri lamenta la «falta de empatía» de sus vecinos de Sonsierra, y ella y su marido se enfrentan ahora al empeoramiento de la salud de éste. La «gammapatía monoclonal», a la que en su caso han añadido «de significado incierto», produce proteínas que perjudican al sistema inmunológico y «que se puede convertir en algún tipo de cáncer», explica Peri. Ambos esperan que se trate de una consecuencia de la sensibilidad electromagnética y apelan a la conciencia general para que casos como el suyo no se repitan.

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