Cuando Tomás Antuña llegó a trabajar como médico de familia a La Espina tuvo que alquilar, de su bolsillo, un local para poder pasar consulta. Le costaba 12.000 pesetas. Era 1980 y allí ni había centro de salud, ni lo esperaba nadie. No había Enfermería, mucho menos consultorio. Tiempo después fue destinado a Arriondas, y también pasaba consulta en Soto de Dueñas. Lo hacía en el comedor del bar del pueblo. A veces debía interrumpir la jornada entre paciente y paciente porque la dueña tenía que sacar del congelador alguna pieza de carne o de pescado para completar el menú del día. Acabada la labor de la hostelera, el trabajo del médico continuaba. Al final, arreglaron las escuelas públicas porque aquello no era viable. Antuña acabó su vida profesional en Llanes, donde pasó los últimos 30 años.

Hay miles de anécdotas. Tomás Antuña las recuerda ahora desde la tranquilidad de la jubilación, echando la vista atrás con nostalgia por haber perdido el contacto con la gente que ha acudido cada día a su consulta en los últimos 40 años. Quería ser matemático, pero sus padres dijeron que era mejor matricularse en Medicina. Les hizo caso, pensando en cambiar de disciplina más adelante, pero le dio pereza y siguió: "no me equivoqué".

Relataba parte, solo parte, de su gran historia durante el acto de homenaje que ayer les rindió la gerencia del Área VI a los sanitarios jubilados en el último año en la comarca. No pudieron asistir todos: sólo lo hicieron Antuña, Emma Argüelles (pediatra del centro de salud de Ribadesella), María Consolación Fonseca (trabajadora social del centro de salud mental de Arriondas) y María Teresa Muñoz (enfermera del centro de salud de Llanes). Esta última tiene anécdotas "para escribir un libro", pero la más significativa siempre será la de "aquel chico que entró diciendo en Urgencias que su novia, que venía con él, tenía un cólico, y acabó saliendo de allí con una hija". Y añade: "Hace al menos 25 años de aquello, y el periódico al día siguiente recogió la historia con un titular muy gráfico: Un cólico llamado Ana".

Mucho tiempo antes, el 19 de abril de 1981, Emma Argüelles sacó su plaza en Ribadesella, y allí pasó su consulta en la unidad de Pediatría hasta hace poco más de un mes. Tiene cientos de historias a sus espaldas, pero siempre recordará con cariño un caso que acabó saliendo bien pese a que "había un 99% de posibilidades de que saliera mal". Era una niña gitana, Kasandra, que había nacido prematura y padecía entre 25 y 30 enfermedades. "Nadie lo hubiera dicho, pero, al final, hoy es una chica preciosa, lista y sana". Argüelles cuenta que ha hecho su trabajo "lo mejor que pude, pero la Pediatría es una especialidad complicada porque abarca todas las áreas y un niño no es un adulto pequeño", explica.

Con esa misma sensación del deber cumplido se despedía también Consolación Fonseca, que ha estado al frente de una unidad muy especial, donde el drama es luchar con las enfermedades mentales y no perder nunca la paciencia. Igual que en el caso de sus compañeros, las historias se acumulan en su cabeza, pero, si pudiera resumir su trayectoria, se quedaría con aquella frase que le dijo en su día un paciente: "me has tratado como si fuera una persona normal".

Los tiempos, coinciden todos, han cambiado mucho. Antuña recuerda que los médicos de la zona rural fueron casi miembros de las familias, confesores de sus pacientes. Ahora siguen sintiendo esa cercanía, pero los problemas de la Atención Primaria se acumulan porque, en el fondo, está poco valorada. Hasta que no se incentive a los profesionales, llas vacantes, como sucede en Pediatría, continuarán en las alas, auguran.