María Ángeles Noriega limpia el nicho de sus padres en el cementerio de Panes. | Eva San Román

Los cementerios, contra el olvido y la pandemia

Tal vez mañana no haya tanto trajín en los cementerios de la comarca y es seguro que ninguno acogerá las misas de Todos los Santos. Pero eso no ha impedido que entre las tumbas se coloquen flores frescas, ni que las lápidas hayan dejado atrás el polvo y la suciedad incrustados durante todo el año. No importa que no pueda celebrarse la efeméride porque muchos ven en cada 1 de noviembre el momento para acompañar a sus muertos de una forma más física, “estando a su lado”.

Unos han decidido limpiar “con menos exhaustividad”, otros llevan haciéndolo “todo el año” y algunos no podrán llegar para dar lustre a las lápidas donde se entierran sus seres queridos. Los cierres perimetrales de ciudades y de regiones afectarán tanto al día de Difuntos como la propia crisis sanitaria, que ha restringido la misa en los camposantos para evitar la congregación de demasiadas personas.

“Me da mucha pena porque no podré hacer a mis muertos el homenaje que se merecen. He venido aquí cada año, llueva o haga frío, y este será distinto, triste porque no podré hacer esa consideración a su memoria”, lamenta Concha Quintana. Ella acude a menudo, pero el día 1 es especial. “A mí me gusta venir, estar junto a ellos” y acompañar con el pensamiento a sus padres, tíos, a sus cinco abuelos y a todos los primos que tiene enterrados en Camplengu, el cementerio llanisco.

Sin embargo, su hermana Marielo, que este año la ha acompañado, suele practicar ese acompañamiento mental cualquier día en casa. “Cuando me acuerdo de ellos, abrazo la foto” y los recuerda en silencio. A veces con pena, otras sonriendo. Las hermanas tienen visiones distintas de la religión. Eso, sin embargo, no ha impedido que Marielo acompañe a Concha a limpiar porque esta última se ha lesionado un brazo. Juntas se van de Camplengu con las flores secas en la mano y las frescas recién colocadas.

En el inmenso camposanto llanisco se respira más paz que otras veces. La falta de tanto movimiento de cubos con agua, amoniaco y estropajos, ir y venir de escaleras para llegar a los nichos más altos, aporta cierta serenidad. “Hay menos gente, sí”, reconoce Concha. Y ellas han venido este año unos días antes “para evitar aglomeraciones” de aquellos que apuestan por venir la víspera de Todos los Santos a lustrar sus propiedades.

Algunos, directamente, no podrán hacerlo este año. Asenet García va de un lugar a otro del cementerio para rellenar el cubo con agua limpia después de tirar la sucia. Ella se encarga este año de limpiar en el cementerio llanisco las tumbas de “mis tres tíos, de mi abuela y de la madrina de mi madre”. A Asenet le gusta ir al cementerio y así evita que su madre lo haga por el trabajo que supone. Pero este año, además, “he limpiado también la lápida de una hermana de mi abuela porque sus hijas, que están en Cantabria, no pueden venir. Ellas suelen limpiar cada mes, cuando vienen, pero claro, esta situación perjudica incluso a esto”, indica, mientras saca brillo a una lápida negra.

María Ángeles Noriega se afana también en lustrar las lápidas de la familia, la propia y la política. Parte de esta última no podrá acudir, ni a limpiar ni a estar al lado de sus seres queridos que están enterrados en el cementerio de Panes (Peñamellera Baja). “Dos hijas y dos yernos de mi suegra están en Oviedo, y otra en Santander; las circunstancias son las que son y tenemos que asumirlas como vienen”, asegura mientras friega un nicho. Tampoco podrán venir los familiares de Madrid, de cuyas tumbas también se encarga este año. Sobre todos ellos ya hay flores y mucho cariño. Oras veces el trabajo se hacía la víspera, pero “hay que evitar juntarse” y durante la tarde que ella ha elegido solo hay silencio en el camposanto. “Antes vi pasar a alguien con flores”, pero “nada que ver con el trasiego de otros años”, lamenta.