Con sabor a guindas

El alambique

Meditaciones para el nuevo año, con una llamada al entendimiento entre los asturianos

Emilio Serrano Quesada

Emilio Serrano Quesada

La tarde se hace gris. El viento le pone alas a la lluvia y el profundo silencio se hace dueño de mi aldea. Viene a mi memoria el balance del año que termina, y ante esa necesaria y diaria labor de subsistencia hago planes para el que comienza.

Sabido es que todos nos deseamos felicidad en estas entrañables fechas, que para mí es una muy fiel costumbre, y que, año tras año, me agrada cumplir. Esta Navidad lo hice con una postal donde, en un espiritual abrazo, se unían el cuerpo y el alma del reposado trabajo de mi alambique con el nacimiento de Jesús en Belén. Diría que es un motivo, a mi manera, de mantener los cimientos de la civilización cristiana con la tradición familiar de mi oficio. Les digo esto porque el alambique es la herencia recibida de todos mis antepasados, maternos y paternos, que desde hace dos siglos había en mi hogar riosellano. Por todo ello me titulo destilador de oficio.

Tengo desde mi niñez en el alambique mi más fiel amigo y maestro que orientó mi vida y la de mi empresa para ir al encuentro de esa calidad diferenciada que nos ofrecen los frutos de nuestro Principado.

En su destilación es todo espiritual y en su camino, al igual que el poeta al andar, todo es milagro y misterio. La naturaleza de mi aldea está bañada por el aroma de sus olores, que comparten con agrado sus habitantes en su diario vivir.

Si hacemos meditación del balance del año que termina, nuestra memoria va y viene envuelta en recuerdos, que en ocasiones dan sosiego y, en otras, incertidumbre. Existen, también, ecos perdidos que regresan cargados de amistad sincera, sin olvidarnos de los afectos compartidos o de miradas que son destino de horizontes infinitos en busca de abrazos de ilusiones y esperanzas para gobernar determinados amores. Diría que es muy hermoso poder compartir en la vida esos felices momentos.

Olvidemos, pues, aquella intimidad del sufrido confinamiento y busquemos el mejor de los caminos para el nuevo año que empieza. Nos gustaría escuchar con antención las palabras de los demás y compartirlas en fluido diálogo de amistad y afecto con soluciones que nos lleven al mejor de los destinos. Sería una hermosa frase hacer presente entre todos los asturianos este mensaje: si me necesitas, llámame. Una bonita manera de abrir las puertas al entendimiento.

Por todo ello, si se congiue, vamos a sembrar en la parcela del Nuevo Año muchas ilusiones allí donde cada uno pueda meter la reja de su arado en la fértil tierra de un futuro y depositar sobre sus surcos la semilla de esa palabra que dé fuerza a la esperanza.

A la espera de que su cosecha sea un gozo, tesoro fiel de una permanente memoria, que nunca sea olvido, para mantener la fe de un largo recorrido, donde el afecto brote como manantial preñado de aguas claras, que si hacen bravas acaben abrazándose a la calma.

Busquemos ese compromiso aún a sabiendas que hay días en que un tibio sol te da un calor permanente y otros donde un sol intenso no te produce calor. Es, diría, la balanza de la vida, que en ocasiones no distingue momentos y pesa sus sentimientos según su juicio y valor.

Por todo ello, salgamos al encuentro de ese mundo que nos dé seguridad. Soñemos con anhelos de bondades, donde trabajo, educación y entendimiento confieren esa necesidad de vivir en el más plácido reposo en busca felicidad para el año que comienza.

Que así sea.

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