Opinión

Francisco José Rozada Martínez

Hidalgos y pecheros en el concejo de Parres (1528-1831)

Una historia fiscal y detalles de la vida cotidiana de Arriondas y el resto del concejo en siglos pasados

Tras un minucioso estudio del censo llevado a cabo en el concejo de Parres hace casi 500 años (1528) bajo el reinado de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, aparece Arriondas (que en el manuscrito original se menciona como Arreondas) con los pueblos de Fuentes y de Castañera, señalando los vecinos que no pagaban habitualmente por estar exentos y los vecinos pecheros que sí debían pagar sus impuestos, en el citado año un total de 4.930 maravedís.

Las exenciones eran más de las que nos imaginamos, no sólo por los numerosísimos hidalgos, sino por casos como es el del Coto de la Abadía Agustina de Covadonga, donde sus 30 vecinos gozaban del privilegio de no pagar impuestos, o los 15 vecinos del Coto de Tornín, que tampoco pagaban por ser el mismo propiedad de Juan de Caso, persona “principal”.

En el Diccionario de Covarrubias (año 1610) se lee: “Pecho vale cierto tributo que se da al Rey y –por extensión– el que se paga a los dueños de los señoríos seglares y eclesiásticos, y pechero, el que lo paga. De este están exentos los hidalgos y por el pecho se dividen de los que no son”.

En el censo del año 1591 en el concejo de Parres aparecen registrados 675 vecinos (cabezas de familia), de ellos había 90 pecheros, 574 hidalgos y 11 pertenecían al clero.

Se deja constancia que en Asturias los hijos de los clérigos eran muchos, y que también estaban exentos de pagar impuestos al considerarlos hidalgos.

 El reparto de pechos consistía en la distribución entre los pueblos del impuesto que habían de recaudar las intendencias y los comisionados, los cuales debían jurar al final de cada informe que estaba correctamente hecho y que las cantidades asignadas a cada pueblo eran las previamente estipuladas.

Se consideraban hidalgos a los pertenecientes al estamento más bajo del Estado noble. En un sentido amplio se contemplaba así a todo el que no pagaba impuestos al Rey, pero no se consideraban pertenecientes a la Nobleza.

Es habitual encontrarse en los registros de censo (que se hacían cada siete años) con la expresión “hacer un empadronamiento a calle hita”, así llamaban a la calle de un pueblo o aldea que tuviese varias casas seguidas, sin terrenos entre ellas. Hacer un padrón a “calle hita” era hacerlo casa por casa, sin dejar ninguna.

Retornemos ahora mentalmente al concejo de Parres de hace 350 años y veamos algunos ejemplos de la vida de nuestros antepasados que los empadronadores dejaron reflejados en los tres volúmenes que se conservan (1656–1831), tal y como lo dejaron escrito para la posteridad:

“Medero Pérez de Buejes y su muger Cattalina dicen ttener dos ijos barones de catorze y seis años, llamados Domingo y Julián, y una enbra de nonbre María de ttres años, ttienen casa y orrio, un carro de yerba, labran ttierras de dos jornadas de bues, ttienen algunos frutales, recojen castañas y entregan dos copinos de pan a la parroqia. Vibe con ellos Polonia, suegra de Medero, de cinquenta y nuebe años. Todos son hijosdealgo. Tienen un arcabuz”.

“Zipriano de Fressnedillo, mozo soltero, hijodealgo, cassa en calle de hita, tres días de bues, escopeta”.

“Damián de Quadro Beña, polomás o menos cinccuenta años, bive con su madre Margarita dela Prida, viuda, los dos hijosdalgo con tierras de tres días de bues, y pagan cuatro copinos de pan a la parroqia de santo Marttino de Quadro Beña”. Arcabuz y lanza”.

“Francisco de laguerta, hijodealgo y su muger Anttonia Longo juran tener cassa, carro y labran para becinos de Llerandi y en el lugar del Coto y Llames”. 

“Simón de Arobes, su muger María y sus hijos qe son Thoribio, Domingo y Bartholomé, todos dellos hijosdalgo, labran las tierras de la capilla del santo. Escopeta”.

“D. Juan de Villanueba, capellán de la hermita de San Simón, hijodalgo”.

“Francisco de Estrada, presbítero en Nebares, hijodalgo principal. Con armas en su solar de poner y pintar. Es el reynado de su magestad don Luis primero en 1724”.

“Roque de Arenas, escopeta. Marttino de Bada y Andrés de Texuca, arcabuz. Bernardo de la Ballina y Alonso de la Roza, lanza. Todos hijosdalgo”.

“Antonio de Valdés Miranda, cura propio de la parroqia de S. Miguel de Cofiño, hijodalgo principal”.

“Capitán D. Gonzalo López de Pandiello y D. Antonio Flores Abarca Maldonado, hijosdalgo principales”.

“Domingo Manzano y su muger Cathalina de Liñariega dicen tener cuattro ijos, Zipriano, Anttonio, Thoribio y Mencía, de cattorce, diez, ocho y quatro años.

Pecheros que trabajan tierras, tienen cassa y orrio, cojen castañas, una escopeta”.

Evidentemente, el escribano de turno dejaba constancia de los nombres en algunos casos según le llegaban al oído, así podemos encontrar la Quadrobenna del siglo XIV –hoy Cuadroveña– escrita de muchas maneras diferentes, incluso por el mismo escribano: Quadro Beña, Quadroveña, Cuadro veña, etc.

Puede leerse en el año 1553 que “en el concejo de Parras, coto de Llames, ay un monesterio y quarenta y tres basallos y siete viudas que pagan la renta y fueros de los bienes que ay en el dicho coto que son del monesterio de sant pelayo. Baldrá cada basallo seis mil maravedís”.

Así se hace mención al coto monástico de Llames de Parres al que los vecinos debían pagar 40 reales de vellón, mientras los de Soto entregaban anualmente dos copinos de maíz y otros dos de escanda. Todo el coto podía tener una extensión no lejana a los 900 días de bueyes.

Saludable es buscar qué inquietos estímulos y vicisitudes vivieron nuestros antepasados y qué queda de ellos por ahí, y es que –en ocasiones– a la vuelta de la esquina sigue viva la esencia de los barrios y los pueblos que –desde hace siglos– dormitan en la falda de la montaña o rodeados de los mismos prados y bosques que cuidaron nuestros predecesores. 

En las actas de aquella casa consistorial –que aún no era propia y pagaba renta al dueño de la misma en Cuadroveña– quedaron anotadas sesión a sesión las quejas de los vecinos de cada uno de sus pueblos por la mucha miseria en la que se veían envueltas sus vidas, incapaces de pagar los abundantes impuestos con los que eran gravados, bien por la Monarquía correspondiente al gobierno del Estado o –después– por orden del gobernador provincial de turno. 

Un ejemplo: la cosecha del año anterior había sido tan mala (dice el acta del 24 de abril de 1856) que “atendiendo a la miseria que hay en esta jurisdicción, la mayoría de los vecinos se hallan ya ausentes, los unos en los Reinos de Castilla la Vieja y los otros en Madrid, Sevilla y Montañas de Santander”. De modo que habían solicitado una casa pública de beneficencia en la villa de Las Arriondas para acoger a los muchos pobres del concejo de Parres.

Desde el Ayuntamiento –con su alcalde e “individuos” (así se denominó durante muchos años a los hoy concejales)– siempre se comunicaba a los vecinos que no disponían de medios para socorrer tantas calamidades y que tampoco les enviaban fondos desde el Gobierno Provincial.

Los mayores que quedaron iban a los puntos donde pudieran ser contratados para trabajar como “colonos” por los pocos que disponían de algunas rentas. Añade el escribano que “siendo la jurisdicción de dos leguas de larga y una de ancha no tiene en ese año más de dieciocho mil fanegas de maíz, mil ochocientas de pan, dos mil quinientas de castañas, quinientas de patatas y doscientas de habas”.

Todas ellas no eran ni la mitad de las necesarias para cubrir las necesidades alimentarias de los vecinos. 

Además, hacía dos años que no habían podido abonar los 36.207 reales de contribución que le correspondieron al concejo “por ser casi todos pobres labradores sin posibles y muy poca gente acomodada”. 

Los recaudadores de impuestos –que se nombraban cada mes de enero– tuvieron poco trabajo en algunos años de censos y hasta los “Buleros de la Cruzada” (otros recaudadores reales) encontraron muchas puertas cerradas y la mayor parte de las despensas vacías. 

Pacientes en tantas ocasiones, resignados o dóciles a la fuerza, donde sobrevivir era motivo suficiente para intentar subvertir ciertas situaciones cuya solución se hacía esperar durante demasiados años. Pero el fracaso solía ser el pan de cada día.

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