El pasado 18 de julio, en la primera de este periódico, se daba la noticia del hallazgo de una fuente prerrománica junto a la Catedral. Exactamente se localiza a unos metros de la calle de la Rúa. El descubrimiento se produjo en el curso de las excavaciones previas a las obras de ampliación del Museo de Bellas Artes, que realiza el arqueólogo Rogelio Estrada, en el solar de unos edificios que daban a la calle de la Rúa. Rogelio Estrada ya había participado a comienzos de los los años noventa del pasado siglo en la campaña de excavaciones que se realizó en el entorno de la fuente de la Foncalada y que revelaron unas magnitudes del monumento hasta entonces desconocidas. Este recuerdo no es anecdótico, pues creo da mayor autoridad a las declaraciones hechas por Estrada unos días después sobre la naturaleza y antigüedad de esta nueva fuente, y que fueron recogidas en este periódico el 19 de julio. La fuente fue construida por «una mano que sabía lo que estaba haciendo», dijo Estrada. «Es una obra bien pensada y ejecutada con cierto rigor, con no poca pericia técnica». Todo ello le hace suponer que tuvo que ser pensada e inspirada desde una instancia superior, no por ciudadanos comunes. También se dijo el primer día, al dar la noticia del descubrimiento, que por su estructura y orientación recuerda a la de la Foncalada.

Cualquier hallazgo arqueológico es de por sí, una buena noticia, pero si se produce dentro del espacio que ocupaba el llamado Oviedo redondo, ese reducido espacio encerrado por las cercas medievales, lo es aún más. Que junto a la calle de la Rúa, con ciertas trazas monumentales que recuerdan a la de Foncalada y posible cronología altomedieval, se haya localizado otra fuente, constituye una gran noticia que vuelve a animar, una vez más, la discusión y la reflexión en torno a la morfología urbana del más antiguo Oviedo.

Cómo era ese Oviedo de los primeros siglos medievales lo conocemos, o intuimos, a través del testimonio de las crónicas, sobre todo de las del llamado ciclo de Alfonso III, que se fechan hacia fines del siglo IX, y la «Historia silense», de mediados del siglo XII. También, por algunos documentos medievales, casi todos posteriores a la época del Reino de Asturias, y por varios restos monumentales que se han conservado de aquellos tiempos. Entre esos restos, en este caso, tiene un gran valor la fuente de la Foncalada.

Durante mucho tiempo tuvimos asociada la imagen de la Foncalada a un grupo de mujeres que lavaban en sus aguas, mientras niños y hombres contemplaban la escena al tiempo que posaban para el fotógrafo. Lo que hoy conocemos tras la excavación mencionada es algo muy distinto y que parece sugerir que la fuente tuvo en su origen unas intenciones y otros usos que iban algo más allá.

Aunque el monumento es de sobra conocido, vamos a recordar sumariamente su estructura. Está formada por un templete, de planta rectangular y orientación oeste-este, con cubierta a dos aguas y bóveda de cañón peraltada. Recibe el agua de un canal que hay en su parte posterior y que fue construido con grandes bloques. El propio templete está asentado sobre grandes bloques pétreos, y frente a él hay una piscina o estanque cuyas dimensiones totales no se han podido establecer, pero que sobrepasan los 14 metros de longitud por 8 de anchura. No se ha ofrecido una explicación completa del sentido que tendría tal construcción, en la que la monumentalidad es un aspecto muy destacado. Aunque bastante desaparecidos, parece que a la piscina se bajaba por tres escalones situados cerca del frente del templete y se podía salir por otros tres situados en el lado opuesto.

Las piscinas bautismales de los siglos anteriores a los del Reino de Asturias tenían siete escalones, tres para el descenso y otros tres para la subida, mientras que el séptimo era aquél donde se colocaba el neófito, que daba estabilidad a los pies y fundamento al agua, y en el que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad (textos en San Isidoro y otros escritores del siglo VII). La fuente de Foncalada tiene además una orientación oeste-este en el templete, que a su vez se asemeja a los edículos que hay en las iglesias asturianas de la misma época, como por ejemplo Santullano, San Pedro de Nora o la cripta de la Cámara Santa, aunque éstos lógicamente son de mucho menor tamaño.

Si se tienen en cuenta todos esos elementos (orientación oeste-este, templete, escalones y piscina), creo que se puede formular la cuestión de si la Foncalada ha tenido una intención y una finalidad ritual, cuasi religiosa, de purificación, más que una inmediata utilidad como obra para el abastecimiento de agua a la ciudadanía de la época. Abastecimiento para el que, por otra parte, se construyó un acueducto en época de Alfonso II. En una famosa donación de este monarca a la iglesia del Salvador, el 16 de noviembre de 812, se dice: «Te he dedicado, a saber, el atrio amurallado que con tu ayuda hemos llevado a cabo en derredor de tu casa y todo lo que hay en su interior, con el acueducto, casas y todos los edificios que allí hemos construido».

En relación con ese acueducto citado en la donación de Alfonso II a San Salvador de 812 haya que poner, posiblemente, las numerosas canalizaciones que aparecen en torno a los cimientos excavados en el entorno de la Catedral. Del acueducto no se conocen restos arqueológicos (¿algunas posibles arquetas en el Tabularium Artis del desaparecido y llorado Joaquín Manzanares?), aunque Herminia Rodríguez Balbín, en su estudio sobre los primeros siglos de desarrollo urbano de Oviedo, supuso que las aguas se debían de captar al sur de la ciudad, en la zona de Los Arenales, paraje donde existen abundantes manantiales. La conducción bajaría por San Lázaro y discurriría por las actuales calles de La Magdalena y Cimadevilla para terminar en la plaza de la Catedral.

De ser correcta esta interpretación que proponemos, es posible que nada tenga que ver la aparición de una nueva fuente con que la población de Oviedo fuera mayor o menor, sino con otro carácter de la ciudad.

El día que la noticia del hallazgo llegó a la redacción de LA NUEVA ESPAÑA, hablé con algunos de los periodistas que estaban procesando la información. Y nada más decirme que había aparecido una fuente prerrománica, apunté si no podría ser la llamada «fuente del Paraíso». Esta fuente aparece mencionada en una donación que la reina Urraca «La Asturiana» hizo a la catedral de Oviedo en 1161. Esta Urraca «La Asturiana» es un personaje de gran relevancia. Hija bastarda de Alfonso VII, cuando vino a Asturias a sofocar la rebelión del conde Gonzalo Peláez, y de Gontrodo Petri, fundadora del monasterio de Santa María de la Vega (del que muy valiosos restos se conservan inmersos entre los edificios y naves de la Fábrica de Armas de Oviedo), ella misma protagonizó un intento de que su hermanastro Fernando II «perdiese Asturias». Volviendo al tema, el 24 de febrero de 1161 la reina Urraca hizo una donación a la iglesia de Oviedo y a su obispo Pedro, en la que se decía: «Junto a los muros de esta misma iglesia de San Salvador, los palacios reales con su plaza, junto a la fuente del baptisterio que se llama Paraíso, con las casas que están edificadas a ambos lados junto a los palacios, por los límites descritos a continuación, en el recinto de la iglesia de San Salvador: por la puerta del arco que se llama Rutilante, concedo en su integridad las casas allí edificadas, según van desde la vía pública y según la vía pública desciende cerca de los palacios hacia San Pelayo, y por el límite de San Pelayo vuelve por otra vía en dirección a la esquina exterior de la iglesia de Santa María, y se cierra por la puerta y el muro que está entre la plaza del palacio y la casa de Santa Cruz, y se une a este muro y se fija en el baptisterio del Paraíso» (la traducción sigue la realizada por César García de Castro, en el libro colectivo «La catedral de Oviedo», publicado por la editorial Nobel).

Como otras muchas cuestiones de ese primer Oviedo, la identificación de los lugares mencionados en ese texto es objeto de discusión ya desde que en 1908, hace ahora un siglo, Fortunato Selgas publicara su libro «Monumentos ovetenses del siglo IX», del que se hizo una reedición facsimilar en 1991 por Silverio Cañada, en una colección de la que yo era el director. El principal problema es localizar los palacios reales citados en ella, para, a partir de ellos, tratar de situar, en este caso, la fuente. Para buena parte de los autores que se ocuparon de este tema, los palacios reales citados serían los que en parte fueron desenterrados en las excavaciones llevadas a cabo después de la Guerra Civil por Fernández Buelta y Hevia, en la zona del palacio arzobispal y Tránsito de Santa Bárbara, y que dio lugar a una reconstrucción de su posible alzado por Víctor Hevia que ha gozado de gran éxito. Esa suposición no venía mal para la localización que se pensaba debía tener la llamada fuente Paraíso. Se pensaba que ésta debía de estar sobre la actual calle de este nombre, en la que se conserva un buen lienzo de la muralla medieval, en una zona próxima a la Corrada del Obispo.

Un cambio radical lo dio César García de Castro, al interpretar que los palacios reales citados son los que debió de construir Alfonso III en una zona próxima a la calle de San Juan. Así, la citada fuente del Paraíso se localizaría en una zona al noroeste de la iglesia de San Salvador, anterior a la actual Catedral, pero situada en el mismo lugar.

Es posible que así sea, pero tampoco es descartable su situación al noreste de la Catedral, al lado de la calle de la Rúa, donde ahora apareció la nueva fuente. De cualquier forma, esta fuente, con su carácter monumental, estaría situada al lado de la muralla que Alfonso II mandó construir y muy cerca de una de sus puertas. Si la de la Rúa es la fuente del Paraíso, tendríamos documentadas dos fuentes monumentales y con ciertas trazas de haber tenido un uso ritual en dos vías de entrada a la ciudad (la Foncalada se sitúa un poco más abajo de una de las puertas de entrada a Oviedo). Si la recién hallada no fuera la fuente del Paraíso, tendríamos que pensar ya en la existencia de tres fuentes monumentales. El hecho de que se mencione la fuente del Paraíso como la «fuente del baptisterio que se llama Paraíso» en el documento de 1161 invita a pensar que no era una fuente cualquiera, con un caño que surgiera más o menos a nivel del suelo, sino en algo más monumental, pues en textos litúrgicos latinos antiguos, se llamaba «baptisterium» al edificio y no a la piscina que debía de haber dentro de él.