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Un paseo por las parroquias ovetenses / Nora (y 2)

Nora, el encanto de la variedad

El enclave ovetense se caracteriza por que todas las aldeas mantienen sus peculiaridades, sostienen rasgos diferenciales y soportan una circunstancia común: el silencio

Estatua del actor Arturo Fernández, en Priañes. lne

Una señal de tráfico anuncia Nora, conocida por muchos como "la península de Oviedo". Tras ella, un llamativo edificio circular -recuerda un faro-, de tres plantas, en el que la superior, a través de numerosos ventanales, da vista a los cuatro puntos cardinales. A su izquierda se eleva lo que semeja una pista, muy pendiente, que muestra preciosas vistas de San Pedro de Nora y alrededores. Senda denominada de Priañes, que nos acerca al pueblo de mismo nombre, tras haber visitado la cima del monte Morero, con un horrendo depósito de agua pintado de azul, los restos de un nido de ametralladoras y una colosal escena circular que, entre muchos rasgos, permite ver un buen tramo de la autovía Oviedo-Grado.

Hablando de ella, qué gran ejemplo dieron los vecinos de Priañes y su Plataforma Vecinal cuando, allá por los finales del XX, el proyecto de la citada autovía partía en dos el pueblo. Manifestaciones, lucha y un gran tesón consiguieron modificar su trazado.

Todas las aldeas mantienen sus peculiaridades, todas sostienen rasgos diferenciales y todas soportan una circunstancia común: cuando llegas a ellas, salvo el ladrido de un perro, el gato que echado en la tenobia del hórreo toma el sol y se acicala, o las esquilas del ganado repicando por la cercana pradera, todas parecen estar desiertas. Priañes, por desgracia, no iba a ser menos.

Si en los comienzos del pueblo un llamativo conjunto de fresnos nos da la bienvenida y nos alegra la mirada, a los pocos metros, las ruinas de un antiquísimo hórreo, podría ser del XVIII, nos entristecen por lo que ello significa. Sin embargo, Priañes, al menos, aún mantiene una decena de ellos que da gusto verlos, floridos de hortensias unos, repintados otros, y en precario estado alguno. Comprendo que cuesta dinero rehabilitarlos y mantenerlos. Sin embargo, por su contenido etnográfico, por lo que representan, no deberían desaparecer. La antojana con su hórreo, bajo él los tradicionales aperos de labranza; el pajar, la "corripa" de los gochos; la cuadra, en los bajos de la casa, proporcionaba calor a la vivienda durante los crudos inviernos; alrededor la huerta, algunos frutales y todo lo que constituyó el modo de vida rural a través de los siglos.

El edificio de la iglesia de Santiago, con su torre triangular ahuecada que alberga una campana, coqueto y bien cuidado, cumple dos funciones: da consuelo religioso y cumple como centro social.

¡Al fin recibo señales de vida! Tras callejear un rato, cuatro generaciones me reciben: abuela, madre, hija y nieto. Charlamos durante un rato, me proporcionan detalles del pueblo y me plantean unos inconvenientes.

-Acérquese al parque, sí, al denominado de Arturo Fernández, el actor. Así lo solicitamos cuando en 1998 Priañes fue nombrado "Pueblo Ejemplar de Oviedo" y se instaló una estatua en bronce de él, realizada por el escultor Santiago de Santiago. A su lado verá un estanque sin ningún tipo de protección; dos perros que cayeron en él estuvieron a punto de ahogarse, menos mal que pasó un vecino y los rescató, sino allí perecen. El día menos pensado cae un niño y ocurre una desgracia. Denúncielo en LA NUEVA ESPAÑA para que quede constancia de ello y lo solucionen con una protección adecuada. Así lo transmito.

Bolera, espacio con juegos infantiles, fuente-abrevadero, bancos, puente de madera y un señor que viene hacia mí, pala de dientes al hombro, luciendo considerables melenas y barbas, blanquísimas, además de una considerable verborrea que, a fuerza de dar la parpayuela, no me deja proseguir el camino, cruzar la carreterilla y dirigirme a los meandros del Nora, declarados monumento natural y lugar de interés comunitario.

Atendiendo a sus labores de jubilado, a la sombra de un tendejón, encuentro otro vecino. Me acompaña hasta el final del pueblo y, subidos a las escaleras de un hórreo, me señala el lugar en el que se encuentra el castro, las paredes de escalada y la escuela correspondiente. Él mismo me indica que, un poco más arriba, también hay otro nido de ametralladoras, pero claro, la maleza ha cerrado el camino y cubierto su estructura.

Punto y aparte merecen lo meandros que nos acercamos a contemplar. En lenguaje cotidiano, "una pasada". La verdad es que enamoran la retina a primera vista. Más, si contamos con un cielo azul con crecidos cumulonimbos de contraste acentuando el blanco reflejo sobre el agua que circunda los cuetos de Rañeces (95 metros) y Tahoces (124 metros), con las aldeas del mismo nombre al norte de aquéllos, estas últimas pertenecientes a Balsera, ya en el concejo de Las Regueras.

Llaman la atención, aparte de un reumático "salgueiro" que se ve a la derecha de la entrada a la pradera en donde se encuentra el mirador -tan inclinado que parece a punto de desplomarse y por contra se va a morir de viejo-, el espléndido bosque de ribera que se desarrolla alrededor de los meandros, y las cicatrices que muestra su superficie, las cuales delatan que fueron tierras parceladas con gran intensidad de cultivos, quizás hasta el ecuador del pasado siglo.

Por la carretera que divide Priañes, después de comprobar que a las aceras y los bancos las devoran los artos -¡vamos, que están impracticables!, no me extraña que los vecinos se quejen-, hacemos un alto en un área de recreo, contemplamos el paisaje y nos vamos hacia Las Mestas. Como este nombre indica, allí abajo se encuentra la unión de los dos ríos, más el pequeño embalse y la central eléctrica.

En el lugar opuesto, San Pedro, y allí la iglesia prerrománica. Como no hay frontera con el vecino concejo de Las Regueras, cruzamos el puente para acercarnos a ella. Cuenta Madoz en 1845: "La iglesia parroquial (San Pedro Apóstol) es un edificio antiquísimo, y se cree haber sido de los caballeros Templarios; actualmente amenaza ruina".

A propósito de esta iglesia, decía don Ciriaco Miguel Vigil en 1877: "Por consecuencia de sus múltiples reparaciones solamente conserva la forma de su antigua construcción". Como colofón a sus males fue incendiada y devastada en 1936 y restaurada, años más tarde, por el arquitecto don Luis Menéndez Pidal. Sin duda, vale la pena efectuar una visita guiada a este templo construido en tiempos de Alfonso II el Casto.

Retornamos al Diccionario de Madoz para conocer lo que cuenta de la feligresía de Nora: "En la confluencia de los ríos Nalón y Nora, o sea a la derecha del primero y a la izquierda del segundo, con la particularidad de que estando toda la feligresía en terreno municipal de Oviedo, la iglesia se halla a la derecha del Nora en el Ayuntamiento de Las Regueras. Tiene 40 casas distribuidas entre los lugares de Feleches y Priañes. Hay escuela de primeras letras frecuentada por 20 a 30 niños de ambos sexos, cuyo maestro está dotado con cierta cantidad de escanda y maíz que da el vecindario. El terreno es barroso, en lo general de mala calidad, y difícil para la labranza (?) Existe un camino que dirige a Oviedo, el cual desde el concejo de Grado por la parroquia de Udrión de O. a E. atraviesa por el río Nalón por medio de la referida barca, y hasta que enlaza con la carretera de Grado a Oviedo es bastante malo. Produce: poco trigo, escanda, algún centeno, maíz, habas blancas, patatas, nabos, lino, poco cáñamo, algunas yerbas de pasto, nueces, castañas, muchos higos y algunas otras frutas; se cría ganado vacuno, lanar, de cerda y poco caballar; caza de volatería y pesca de truchas, anguilas, salmón y lampreas en ambos ríos. Industria: la agrícola, dos molinos harineros y telares de lienzos ordinarios. Población: 40 vecinos, 280 almas".

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