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Un gran hotel que no lo era tanto...

Una de las sorpresas más desagradables en un viaje es que el alojamiento no cubra las expectativas

Un gran hotel que no lo era tanto...

Entre viajes particulares y profesionales, tuve la oportunidad de alojarme en diversos hoteles, tanto de la capital de España como del extranjero.

Sin que sea presunción, la mayoría eran y fueron de cierta calidad, sin precisar ahora las estrellas de su calificación.

En cierta ocasión estaba en Madrid por razones de trabajo. En principio solo necesitaría pernoctar una noche, por lo que solo reservé para un día.

Las cosas no salieron como se preveía y necesitaba otro día más. Al día siguiente, el hotel donde estaba tenía previstas unas reservas, con lo cual era imposible que me guardasen una habitación. Desde el lugar de trabajo llamé a varios hoteles, obteniendo en todos ellos una respuesta negativa. Así lo comenté a un conserje que, de forma inmediata. Se prestó a ayudarme a buscar un hueco para la próxima noche e incluso siguientes.

El conserje llamó por teléfono al hotel que me recomendaba y efectivamente, me reservaron la habitación. Me dio la dirección y cuando acabé mi tarea, me dirigí en un taxi a la Gran Vía, al número indicado de la calle.

Cuando me bajé del taxi no vi hotel alguno en aquel número. Seguí buscando arriba y abajo hasta que, por fin, encontré un gran portal. En su interior, en la pared había un gran letrero que anunciaba el nombre del hotel.

Dicho hotel se asentaba en las dos últimas plantas de la casa y tenía un ascensor exclusivo para acceder.

Cogí el ascensor que me dejó directamente en un gran salón que también tenía recepción. Allí me recibieron y me señalaron la habitación que estaba en la planta superior.

Pregunté si tenían comedor para cenar y me dijeron que ellos solo servían desayunos previó encargo, que atendían desde un bar que estaba en la planta baja. Así que encargué el desayuno para el día siguiente y me dispuse a dejar mis cosas en la habitación.

La primera sorpresa fue que el baño estaba más arriba, es decir, que tenía que subir cuatro escaleras para llegar hasta él. Entré y vi que estaba limpio y que tenía lo necesario para su uso.

Bajé a cenar a una cafetería próxima y después subí a la habitación con el fin de acostarme pronto para levantarme temprano. Me metí en la cama y, ¡oh, sorpresa!, el colchón era de lana y quedé embutido en su parte central, cosa a la que no estaba acostumbrado desde hacía años.

Pero la sorpresa no fue la única porque, aunque el baño estaba separado como les dije, uno de los grifos goteaba y metía un buen ruido que entorpecía el sueño. Como pude, salí de la cama y logré calmar el ruido de la gotera. Así que volví a embutirme en el colchón y, sin cambiar de posición, dormí toda la noche.

Ni que decir tiene que al día siguiente trabajé como una fiera para acabar mi tarea. La siguiente noche ya la pase en el coche cama regresando a Oviedo.

No se me olvida aquel llamado hotel, ni su cama ni su cuarto de baño. Pasó alguna cosa más, pero la dejo para otro día, no vayan a pensar que me lo estoy inventando todo.

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