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Visiones De Ciudad

Oviedo, alfa y omega de una vida

Evocación de la capital en los sesenta, en la que aún había cines y enseñaba Bueno

Oviedo, alfa y omega de una vida

Anochecía. Aún me acuerdo como si el momento que estoy describiendo estuviera ocurriendo ahora mismo. Me solía poner muy nervioso cada vez que el tren entraba en Oviedo, procedente de Llanes, enseñándome a través de la ventanilla -por la que siempre peleaba con mi hermana para conseguirla- la ahora vetusta torre de Cajastur que se levantaba orgullosa en el corazón de Teatinos. Esa era la referencia. Nada más otear la torre, ya comenzaba a sentir el hormigueo de la incipiente aventura urbana. La miraba embelesado, mientras ella desfilaba sonriéndome por la ventanilla a la vez que el tren avanzaba. ¡¡¡Ya estábamos en Oviedo!!! Así entraba yo en la capital asturiana desde que la vida me recordaba con poco más de diez años.

Es verdad que me ponía nervioso, porque para mí, y supongo que igual que para mi hermana, llegar a Oviedo, procedente de Llanes, era como desembarcar en la capital de la gran civilización. Carteles de neón, luces por todas las calles, gente que sin saber muy bien por qué, se movía de un sitio para otro a una velocidad que, en aquel entonces, se me asemejaba poco menos que a lo que aquel año empecé a estudiar en Física: la velocidad de la luz; tal era la impresión que percibía del gentío de las calles de aquel Oviedo de la década de los sesenta. ¡Que vértigo! Pero qué sensación de estar vivo.

Como no podría ser de otra manera - y doy gracias de que así haya sido- fui tomando años, y mis visitas a Oviedo comenzaron a ser muy regulares, ya que parte de mi familia materna se asentaba en esta ciudad que, según pasaba el tiempo, no sólo iba conquistando mi corazón, sino que a la vez alimentaba mi incipiente intelectualidad y animaba mi ya clara inclinación hacia la aventura urbana. Así fui conquistando, desde mi cuartel general ubicado en Ciudad Naranco -más concretamente en la calle Monte Auseva, donde mi abuela y mis tíos residían- las calles General Elorza, Avda. De Santander, Río San Pedro, Caveda, Uría...hasta alcanzar un conocimiento más que aceptable de esta urbe que tanto me ha enseñado.

Mi padre, Alfredo el de la botica, que era un auténtico hincha del Real Oviedo, me llevaba al Carlos Tartiere -pero al campo de fútbol antiguo, donde ahora asienta sus reales encajonados el llamado Edificio Calatrava (otro día, si ha lugar, les escribo sobre este "quiero, pero no he podido" calatravense)- y allí disfrutábamos los dos viendo los entrenamientos de los jugadores azules, Tensi, Uría, Quirós, Prieto?.y eso llenaba nuestras mañanas ovetenses.

Mi adolescencia también se enriqueció de los vientos de la Ciudad de Vetusta. Entre gritos de libertad y carreras realizadas delante de los grises a la salida de algunas de las proyecciones de cine Palladium, en pleno Pumarín, donde nos dábamos cita los más inquietos para desestructurar los mensajes encriptados de aquellas maravillosas películas que, en aquellos años, bautizamos como de "arte y ensayo", nos destetábamos en la lucha, a nuestro modo, contra una política que, sin serlo como la entendemos ahora, nos marcó los primeros años de Universidad.

Y me adentré en la Facultad de Filosofía y Letras, situada entonces en la plaza de Feijoo, frente a las Pelayas... muy cerca de la Catedral. Allí hice primero de Filosofía, pero más que imbuirme en los libros de texto, tuve la gran suerte de inyectarme en vena las clases de Gustavo Bueno que, sin lugar a dudas, marcaron con inexorable claridad mi próximo futuro. De aquellos años son mis andanzas por la plaza del Paraguas, la calle Salsipuedes, los vinos del Manolo...y cuando las cosas se despojaban de añoranzas, se cruzaba por el teatro Campoamor para comenzar visitando La Perla, seguir por Pelayo e invadir la meta de San Bernabé desde El Manantial, pasando por los "manchaos" de Montoto -que, afortunadamente aún se pueden degustar hoy en todo su esplendor- y acabar en La Campana; en el Marchica no entraba, no porque no quisiera, sino porque se decía que aquel templo sólo era para los que tenían posibles, y algo de eso había.

Recuerdo cuando todavía Oviedo estaba preñado de cines. Ahora no resulta nada fácil explicar a los jovencitos lo que es un cine de barrio; un cine al que llegabas desde tu casa en menos de diez minutos, andando. El Toreno, el Ayala, el Real Cinema, el Aramo, el Filarmónica?.y mi entrañable Palladium, que todos los fines de semana se llenaban hasta la bandera. No sé si es del todo cierto el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor, quizá no lo sea porque sería estúpido pensar que en la década de los años setenta se vivía mejor que ahora, pero lo que puede que nos lleve a esa falsa afirmación es que al vestirnos de nuestra propia juventud, esa circunstancia nos otorgue una perspectiva mucho más atractiva y, por ende, mucho más querida.

Tras las magistrales clases de Bueno, las visitas a los bares más progres (perdón por el uso de este término que, según parece, ahora es exclusiva de un determinado grupo) de Oviedo y el uso de pantalones de pata de elefante y una media melena de rigor, llegó la hora de desplazarme a Madrid para cursar Periodismo en la "Complu" y ampliar mi vocación por la aventura urbanística que, no mucho más tarde, trataría de inculcar en Llanes en una una emisora de radio que, entre unos cuantos románticos y aventureros pusimos en marcha con el nombre de Ante Norte. Esta etapa me sujetó a Asturias cinco años para después regresar a Madrid, mi verdadera escuela de vida. Y en esos cinco años, aún teniendo mi base operativa en mi Llanes, las escapadas a Oviedo eran, cuando menos semanales, tal era, y continúa siendo, mi amor por la capital del Principado. De esa época data mi acercamiento al ya desaparecido diario "El Correo de Asturias", sito en la calle Fray Ceferino, dirigido por Orlando Sanz. Por cierto, y esto es algo que no todo el mundo sabe, ahí jugué un papel de intermediario que me llevó a presentar a José María Ruiz Mateos a Orlando, con el fin de que Rumasa adquiriera "El Correo de Asturias". Ni que decir tiene que la operación no llegó a buen fin...o sí. Vaya usted a saber.

En definitiva, Oviedo ha sido para mí una auténtica rampa de lanzamiento para llegar no sé muy bien a dónde, pero al menos puedo decir con seguridad que para llegar hasta aquí; porque ahora, cual elefante adoctrinado, he vuelto a mis orígenes. En realidad, así es la vida, una especie de rueda que vas recorriendo para finalmente llegar al sitio de partida. Alguien puede decir, tanto caminar para acabar en el mismo sitio... y es verdad, pero los conocimientos que se adquieren durante el camino es lo que dota de riqueza a la vida.

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