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Cuarenta años desde el regreso del pingüino

"Pesaba un quintal", dice uno de los tunos que "secuestraron" la figura que fue seña de identidad de la Heladería Italiana

Miguel Ángel Pieruz, dueño de la heladería, con la figura.

Oviedo fue escenario el pasado siglo de un particular "secuestro", el de la figura de un pingüino de la Heladería Italiana de la calle San Francisco. Los captores acabaron devolviendo al pingüino a su sitio un 17 de junio de 1980, con lo que ayer se cumplían cuarenta años exactos del final feliz de la historia.

Como cuenta uno de los miembros de la "comisión" que montó aquel último tinglado, la historia se remonta a seis años antes. En los primeros años setenta, cada vez que la Tuna Universitaria de Oviedo salía de Ronda, los viernes o sábados, era costumbre sacar al pingüino de su ubicación y situarlo en el kiosko del guardia de tráfico que había en el cruce Uría-Fruela-Santa Cruz.

"En una de esas noches de 1974 -relata el comisionado- según cuentan testigos de fiar, 'dos tunos y un civil' decidieron llevarse al pingüino de excursión, hasta dar con sus huesos (metálicos) y sus alas (de cemento) en uno de los Colegios Mayores que entonces había en Oviedo".

El traslado tuvo no pocos contratiempos: entre otras cosas,"costó la rotura de uno de los amortiguadores del Citroën en el que se hizo el viaje, y algún daño menor en las alas y una de las patas del pingüino".

La figura permaneció olvidada allí hasta junio de 1980. Así lo relata el miembro de la comisión: "Una noche de aquel junio, para algunos de estudio, y para otros de juerga, terminó con una pregunta: ¿Por qué no devolvemos el pingüino a su sitio? Dicho y hecho".

El pingüino había permanecido todo ese tiempo en la escalera de servicio del Colegio, a la que no había acceso directo. Pero tenía un cristal roto.

"Uno de los colegiales, el más ligero y de menor tamaño (hoy día reconocido profesional en Oviedo), se descolgó desde la azotea con una cuerda, entro por el cristal roto y abrió la escalera, permitiéndonos el acceso al resto de los implicados", cuenta el coprotagonista de la historia.

Después surgieron problemas con el transporte. "Aquello pesaba un quintal y a alguno se le ocurrió echar mano de la carretilla que utilizaba Fanjul, el utillero y encargado de mantenimiento de las pistas de atletismo y el campo de futbol del San Gregorio", señala.

El pingüino volvió a su casa y dejó una nota, que rezaba: "Después de seis años he vuelto a casa. Soy el pingüino pródigo. ¡Papá, perdóname! No sabía lo que hacía, era joven y estaba envilecido. Me arrastró la lujuria".

Los que acompañaron al pingüino en su periplo aseguran que no fue robado sino que "quiso tomarse un tiempo de descanso y salir del 'confitamiento' al que estaba sometido en la entrada de la heladería".

El regreso fue sonado hasta tal punto que LA NUEVA ESPAÑA le dedicó un artículo al día siguiente. "Dónde estuvo el pingüino no se sabe, pero se supone que rodeado de un ambiente de juventud y buen humor, al que hace gala la nota", rezaba la crónica. Cuarenta años más tarde, con la heladería ya cerrada por jubilación de su último dueño, todo queda aclarado, y el pingüino vuelve a tener quién le escriba.

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