“Se mantuvo al pie del fogón hasta que el endemoniado virus la atrapó de tal manera que no lo pudo superar”. Con estas palabras, y visiblemente afectado por la pérdida de una amiga, comenzó esta mañana su homilía el sacerdote Javier Suárez durante el funeral por el eterno descanso de la entrañable guisandera Marilí Menéndez Fidalgo, “el alma” del restaurante trubieco Casa Puyo. El párroco de San Juan se desplazó hasta la iglesia de Trubia para oficiar un acto religioso al que también acudieron muchos amigos y familiares de la fallecida. “Era la alegría de la casa. Con su permanente sonrisa, con su acogida afectuosa y con su saber estar de siempre”, dijo el sacerdote durante la misa.

El coronavirus se llevó a Marilí la noche del pasado lunes y acabó con la vida de una mujer “que era pura energía” y que “gozaba de una salud envidiable”, según explica su sobrina Marilí Díaz, que esta mañana no paraba de llorar. “Era el motor de la familia. Era cariñosa, espléndida, siempre estaba pendiente de nosotros... Se ha ido muy de repente y el impacto ha sido tremendo”, afirma. “No quería jubilarse. A su edad todavía andaba en coche de aquí para allá y tenía una vitalidad incible. Era incansable”, dice su sobrina.

A pesar de la muerte de uno de sus pilares básicos –su hermana Carmina Menéndez falleció en el año 2012– el restaurante Casa Puyo seguirá ofreciendo sus apreciados menús tradicionales preparados en cocina de carbón. Aún está activa su hermana mayor –que hoy no pudo asistir al funeral al estar enferma de covid, aunque se encuentra “en casa y sin ningún tipo de complicaciones”– y las riendas las cogerán ahora su sobrina Marili Díaz y la hija de esta, carmela Aza. “En cuanto podamos seguiremos adelante porque esta es nuestra vida”, señala Díaz en representación de una familia a la que el virus ha afectado gravemente. No en vano, según afirmó el propio Javier Suárez durante la misa, una sobrina de la fallecida también tuvo que ser ingresada en el Hospital Universitario Central de Asturias por culpa de la enfermedad.

“Durante el breve periodo de la enfermedad letal rezamos mucho por ella, para que el Señor le concediera salud y la dejase entre nosotros, pero no pudo ser”, dijo el sacerdote. “Estamos desolados y sin consuelo humano ante la muerte inesperada de Marilí. Hay cosas en la vida que no se pueden entender y el sentimiento de pena nos embarga por la pérdida de una mujer entregada al servicio de los demás”, recalcó Javier Suárez.