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¿Sueñan en La Corredoria con ovejas electrónicas?

Una academia del barrio enseña a los más pequeños a programar robots: "Es una manera de no estar supeditados a la tecnología como usuarios"

De izquierda a derecha, Adrián Aparicio, Leo Fernández, Zoe vecino, Gabriel Álvarez, Daniel Blanco y Asier De la Fuente

El concepto robótica transporta la mente a películas distópicas del estilo "Blade Runner", o hasta Japón, cuna de las tecnologías futuras. Sin embargo, basta con dar un paseo por La Corredoria para encontrar un espacio donde los niños programan estas máquinas. No es ciencia ficción, se trata de Teknoteka, una academia situada en el barrio cuya finalidad es formar a los jóvenes para manejar todo tipo de dispositivos tecnológicos. "Son nativos digitales. Lo mejor que se les pueden enseñar es cómo transformar esta ciencia. Es una manera de no estar supeditados a ella como usuarios", explica Rubén Aparicio, profesor y gerente del centro.

Es jueves por la tarde y les toca impartir clase a los más pequeños de la formación. Todos son alumnos de colegios de zona. Se adentran en el aula a paso ligero cinco niños y una niña, Zoe, única representante femenina del grupo. Según afirman Rubén y su mujer Lorena Cola (también propietaria), en esta temática aún se encuentra brecha de género. "¿Qué vamos a hacer hoy?", preguntan al unísono los pequeños. Solo tienen una clase por semana y siempre encuentran alguna propuesta novedosa preparada sobre la mesa. Hoy hay un Lego.

Daniel Blanco con el robot de Lego en la academia de La Corredoria IRMA COLLIN

-¿Un Lego?

-No es lo que parece, se trata de un robot que van a programar-, explica Aparicio.

Que no engañen las edades, que ellos miden en "y medio", porque tienen desde cinco y medio hasta siete y medio, nunca la cifra completa, pero estos niños son capaces de crear mediante un ordenador, piezas y cables, un saltamontes al que le regulan la velocidad de movimiento. Esta idea nace de la intención de dar una vuelta al sistema educativo para hacer de la programación algo atractivo, en especial ahora que el Ministerio de Educación plantea incluirla en el programa. Rubén es profesor de primaria y experto en esta materia, por eso se decidió a emprender haciendo de esta materia algo lúdico: "Es muy necesario porque les motiva mucho. Un niño no suele pedirte una división más difícil en clase de matemáticas, pero con la robótica siempre quieren ir más allá".

Esta teoría se demuestra por sí sola. Cuando los estudiantes terminan de construir su Lego interactivo, intentan ingeniar la manera de que coja más velocidad o cómo ponerle unas ruedas para sumar potencia. "Me encanta hacer esto", dice Daniel Blanco mientras levanta la mano para avisar de que ha culminado la tarea con éxito. Y si hay algún fallo, los docentes intentan normalizarlo: "Es algo muy común en este área, todo es ensayo y error. Lo importante es que vean de dónde procede el problema y aprendan a solventarlo".

Al final, tal como afirma Aparicio, aunque la gente no se percate, el mundo gira en torno a los robots: "Hasta el funcionamiento de un ascensor es robótica", un concepto que han captado las ágiles mentes de los niños, que comienzan a cuestionarse sobre el mecanismo que mueve el día a día. Escaleras mecánicas, estaciones atmosféricas, personajes de videojuegos son cosas por las que se preguntan estos aprendices de programadores. No son los únicos, ya que el centro también imparte clases para jóvenes de la ESO, que ya son verdaderos expertos en el ámbito de la informática. "Esos van solos, utilizan impresión 3D y elaboran proyectos complejos", dice el profesor.

De izquierda a derecha, Leo Fernández, Lorena Colao, Rubén Aparicio y Zoe Vecino IRMA COLLIN

Durante una hora realizan la tarea, "el tiempo perfecto para que no se agote el interés", sostiene Colao. Al finalizar esta jornada el premio consiste en preparar una carrera entre los seis saltamontes que dan vueltas por la sala. Los colocan en el suelo con nerviosismo y ordenan al portátil que los ponga en marcha. ¡La diversión está servida! Cada uno persigue a su androide al grito de: "¡Es el mío! ¡Mirad el mío!". Comienzan a reprogramarlos una y otra vez, para repetir la tierna estampa que muestra la inocencia y tenacidad infantil.

Por último, queda la parte más compleja: recoger y esperar a que pase la semana para abrir la misteriosa caja que espera el próximo jueves a estos jóvenes ases de la tecnología.

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