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Toño “el Rojo” se queda donde el masón

Familia, amigos y militantes de izquierda despiden al abogado Antonio Rodríguez en una emocionante ceremonia en el cementerio civil

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Entierro civil de Antonio Rodríguez "Toño El Rojo"

“A mí enterradme donde el masón”. Antonio Rodríguez –Toño “el Rojo”– había dicho en muchas ocasiones a sus amigos que le gustaría que sus restos mortales reposaran en la tumba de Juan González Ríos, revolucionario de 1868, secretario de la audiencia de Madrid, diputado en las Cortes de 1873 y principal figura de la masonería y el primer republicanismo asturiano. Los propietarios de ese pequeño panteón situado a la entrada del cementerio civil del Salvador, frente a la fosa común, son, precisamente, los hermanos José “Cheni” y Paloma Uría Ríos, compañeros de Toño y miembros de esa gran familia de la izquierda local que ayer se juntó en multitud, a las cinco y media de la tarde, para despedir a su camarada.

El entierro civil del abogado Antonio Rodríguez Gutiérrez, fallecido de forma inesperada a causa de una ataque de asma mientras disfrutaba de unos días de descanso en Málaga, no tuvo nada que ver con el del hombre en cuya tumba descansará y que Clarín ficcionó en “La Regenta”, en la figura de Santos Barinaga. Hubo, al revés, cierta armonía, dolor pero serenidad y un cierto componente estético como le hubiera gustado al difunto. El panteón de González Ríos, uno de los pocos ejemplos de arquitectura con simbología masónica que se conserva en Asturias, todavía necesita unos arreglos para acoger a Toño, que de momento fue depositado en un nicho, pero su amigo el profesor Cheni Uría se decía, satisfecho, que desde ese lugar Toño estará contento. Otro compañero de ese histórico cogollo del MCA, el abogado y escritor Miguel Rodríguez Muñoz, fue el encargado de ofrecer un texto de despedida que nunca pensó que tendría que llegar a redactar ni a leer. Con voz rotunda, en una tarde primaveral encapotada pero no tan desapacible, y ante un ataúd cubierto con la bandera tricolor, Rodríguez Muñoz recordó al militante antifascista del MCA y de Lliberación, al diseñador de aquella cartelería de combate, al camarada del Pinón Folixa, al dandi del Oviedo Antiguo, al oviedista y al hermano de Charo, la mujer que, recalcó, “lo cuidó, acompañó y obligó a pasear de forma ejemplar, quizá más de lo que su pereza para la práctica de un deporte hubiera conseguido”. Todo eso y también la constatación del profundo dolor que una muerte imprevista ha causado a sus amigos dijo Miguel Rodríguez Muñoz sin quebrar la voz pese a la emoción.

En el numeroso grupo de amigos que se reunió en El Salvador hubo una representación de todas esas facetas. El mundo de las artes, el del San Mateo de los chiringuitos, con muchos voluntarios jóvenes a los que apadrinó desde el Pinón, o el de la política, con representantes del PSOE (Wenceslao López, la exconcejala Margarita Vega), Podemos (Dani Ripa, Ana Taboada) o el exedil de IU Roberto Sánchez Ramos. Todos se abrazaron, aplaudieron, incluso alzaron algún puño y se despidieron con la promesa de que llegue el tiempo en que el dolor haya dejado paso al recuerdo de los días felices a su lado.

Extracto del texto de Miguel Rodríguez Muñoz leído en el cementerio

Toño ha muerto demasiado pronto, pero tuvo una vida muy intensa, no siempre fácil, durante la que hizo de sí mismo un personaje auténtico, denso, de carácter y enorme interés. Si uno pasaba por el Antiguo era fácil encontrase a un señor trajeado y de sombrero, vestido con elegancia y atrevimiento, hecho un pera, caminando un poco renqueante en compañía de una pequeña perra de lanas blancas. Junto a esa apariencia grave, había un individuo jovial, con gran sentido del humor, en ocasiones gamberro. Resultaba gracioso incluso en sus silencios, dueño de una expresiva mímica. Si había un rasgo que lo singularizaba, era su gran capacidad de seducción. Otro rasgo muy propio era su sentido del gusto y de la belleza, talento que nutrió su afición por la pintura, la escultura y el coleccionismo. El nombre de Toño “el Rojo” procede de su activismo político en la facultad de Derecho, donde ejerció de militante antifascista, presto siempre a dar la cara, valiente y arrojado. Durante toda su vida aspiró a conquistar un mundo mejor y puso en ese empeño lo mejor de sí mismo. Como buen militante e hijo de su tiempo, hay en su haber muchos kilómetros de marchas callejeras, casi una vuelta al mundo en manifestaciones de protesta así como extensas superficies de paredes embadurnadas con cola y una escoba para pegar carteles de propaganda política. Nuestro amigo ha muerto y no hay reparación ni consuelo posible. Toño ocupaba demasiado espacio afectivo en nuestras vidas. Su radical ausencia es desgarradora y no tiene cura. Toño ha muerto y nuestro deber es seguir adelante, como si no fuéramos a fallecer nunca. Quiero fiar la suerte de nuestro pesar a la reordenación de la memoria que opera el paso del tiempo. Algún día el recuerdo de Toño no será fuente de dolor, sino de dicha, y disfrutaremos de los momentos felices compartidos y de la aventura de haber sido sus amigos.

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