“San Ignacio de Loyola descubre que el Dios misericordioso es el único que existe, el único en el que se puede creer; fuera de ese amor de Dios no hay nada”. Lo dijo ayer en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA el religioso gijonés Abel Toraño Fernández, maestro de novicios y coordinador del Año Ignaciano, que pronunció la conferencia titulada “Heridas y fracasos; silencios y soledades; caminos y encuentros”.

Le presentó Pedro Luis García Vera, Superior de la Compañía de Jesús en Asturias, que destacó la rica trayectoria académica de Toraño, formado en teología en la Universidad de Berkley (California).

Los jesuitas celebran el quinto centenario de la conversión que llevó a San Ignacio desde la agonía de su habitación en Loyola, tras caer herido en Pamplona, hasta su profunda conversión en la cueva de Manresa.

“La conversión de Ignacio de Loyola llegó en un momento de crisis en el que estaba todavía muy viva la gran ruptura de la Reforma protestante y la Iglesia necesitaba nuevos vientos”, indicó Toraño. “Lo que nos ha dejado San Ignacio no es tanto la experiencia mística como el ir tomando nota de ella para hacer un camino, un método para ofrecer a otros también la posibilidad de tener su experiencia de Dios, de ir reconociendo cómo habla Dios en la vida de cada uno y cómo decidir las cosas fundamentales de la vida”, aseguró. Al caballero Íñigo le llevan a Loyola para morir, tras ser herido en Pamplona por los franceses. “Su imagen externa queda afeada y para él eso era muy importante porque vivía de esa imagen”, añadió el padre Toraño, que relató cómo, lejos de morir, el fundador de la Compañía de Jesús empieza a recuperar fuerza y vive un tiempo intermedio, un momento que relacionó con la pandemia. “Ignacio se va a esforzar en ser el de antes. Quiere recuperar la normalidad, pero sigue en sus propósitos de vanagloria y triunfo según los criterios del mundo. La herida no le cambia, ahí no hay nada que celebrar. Es muy humano luchar para volver a tener lo que creemos que hemos perdido”, explicó.

Lo primero que busca Ignacio de Loyola cuando se empieza a sentir mejor es pasar el tiempo entretenido y pide los libros de caballerías que le encantaban; las redes sociales son hoy nuestros libros de caballerías”, agregó Toraño.

El viaje a Jerusalén

En realidad, el inicio de la conversión llegó más adelante, cuando el santo de Azpeitia decide irse a Jerusalén para emprender un viaje de purificación. “El deseo de ir es penitencial, al estilo de las grandes peregrinaciones medievales. Necesita purificarse. Sabe que ha hecho mucho mal y ha dejado a gente malherida, se ha hecho daño a sí mismo”, abundó Toraño, también coordinador de la pastoral jesuita en España. San Ignacio deja su casa y su familia y vive en absoluta pobreza; pide limosna y no quiere ir a sitios donde podría ser reconocido. “Aquel hombre que se había quedado cojo de por vida, para el que parecía que todo había acabado, empieza a vivir sin límites”, remarcó el conferenciante.

“Los humanos somos seres que necesitamos relacionarnos; de la mano de la experiencia vital de San Ignacio de Loyola vamos percibiendo cómo va creciendo su encuentro y relación con Dios”, explicó Pedro Luis García Vera. “En medio de los sufrimientos Dios da alegría; esa es otra de las lecciones que nos deja Ignacio, que llega a decir que siente asco de sí mismo”. En esos momentos aún no es un santo, “sigue cerrado en sí mismo, tiene mucho orgullo como persona y se compara con otros como Domingo de Guzmán. Está claro que él no quiere un puesto cualquiera al lado de Jesús, desea el principal”, recalcó el jesuita.

“Meditaciones de la pandemia” de Pere Casan, esta tarde


“Meditaciones de la pandemia” es el libro que presenta esta tarde, a las 19.00 horas, Pere Casan que recopila los artículos publicados en LA NUEVA ESPAÑA durante los meses más duros de la pandemia. Al neumólogo y colaborador de este diario, que también ha sido catedrático de Medicina en la Universidad de Oviedo, le presentará Pablo Álvarez, periodista de LA NUEVA ESPAÑA.