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Endorfinas y mente despejada, el club de triatlón de Oviedo ofrece deporte solidario a ucranianos refugiados en un hotel

44 niños y adultos realizan las actividades propuestas por la agrupación, con ayuda de una traductora y el apoyo de los asturianos

Deporte solidario para los refugiados ucranianos alojados en un hotel de Oviedo

Deporte solidario para los refugiados ucranianos alojados en un hotel de Oviedo VÍDEO: Amor Domínguez/ FOTO: Irma Collín

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Deporte solidario para los refugiados ucranianos alojados en un hotel de Oviedo Elena G. Díez

Mykhailo Makotra, tiene siete años y una mirada que parece haber vivido décadas; los ojos de quien ha visto la invasión de un país y como su casa se alejaba a medida que cruzaba fronteras junto a su hermano Andrii y su madre, Nataliia Makotra. Es ucraniano, echa de menos a sus abuelos, sonríe poco y sabe un puñado de palabras en español: "Buenos días, no comprendo, lápiz, libro, tijeras". Es uno de los 13 niños que se encuentra alojado en el Hotel Ángel de La Corredoria, y a los que el Club Triatlon Oviedo han acogido entre sus actividades para evitarles tardes de encierro: "Es una manera de que generen endorfinas y liberen la mente".

Todo comenzó por casualidad. El presidente de esta formación deportiva, Jesús Vallés, frecuentaba una sidrería del barrio y reparó en que un amplio grupo de ucranianos se citaba allí para comer. Las indagaciones le llevaron hasta el lugar donde estaban alojados y la situación le hizo pensar cuál era la ayuda que el podría ofrecer; que acabó tomando forma de piscina, bicicleta y zapatillas para correr. "Tenemos actividades de 3 a 70 años, había un amplio abanico de propuestas para ofrecerles", explicó el promotor.

Ganas, muchas, y la única barrera la lingüística. Por eso, en contacto con la Asociación de Ucranianos de Asturias, buscaron una traductora que pudiese hacerles llegar la propuesta sin tener que recurrir a las liosas aplicaciones informáticas que pierden esencia y veracidad. Kateryna Levchenko llevaba tres años en Oviedo realizando el doctorado de investigación humanística cuando estalló la guerra en su país de origen, con toda su familia en Kiev y frustrada ante la incapacidad de movimiento, ofreció su ayuda a la Ong y se convirtió en el puente comunicativo entre los nuevos huéspedes del conceyín y su club de triatlon. Más de una decena de menores y en torno a la quincena de adultos refugiados se sumaron a la propuesta.

De izquierda a derecha, Andrii Motruk, Nataliia Makotra y Mykhailo Makotra FERNANDO RODRIGUEZ

"En mi tierra también hacíamos deporte, es lo único que nos faltaba aquí", cuenta Tatiana Yaschenko, original de Vinnystia, a 300 kilómetros de la capital, y madre de cuatro hijos -de nueve, once, trece y quince años-. Ella acude a natación y los pequeños practican ciclismo: "La entrenadora, Ruth, nos enseña la técnica e intentamos seguir sus indicaciones de la mejor manera posible". Huyó cuando bombardearon el aeródromo dejando a muchos seres queridos detrás, y agradece la el recibimiento que Asturias le está brindando, tanto a nivel personal como escolar. "Mis hijos están deseando aprender cuanto antes el idioma para poder relacionarse mejor", aunque asegura que son conscientes de todo cuanto pasa a su alrededor.

La intención de establecer vínculos es recíproca por parte de los jóvenes del grupo deportivo. "Preguntan cada día cuando vienen los compañeros ucranianos, si están en su mismo turno de actividades y cómo les pueden ayudar. El otro día apareció un padre con una bicicleta porque sabía que no tenían", cuenta la preparadora, Ruth Gómez, quien valora como una gran experiencia y un reto estar a cargo del equipo de refugiados.

Es Mykhailo el niño al que le donaron la bici. "No quiere soltarla, quiere salir una y otra vez. Va a clase con ella y cuando el tiempo le permite utilizarla está feliz", asegura su madre. El comienzo, confiesa, fue cuesta arriba para todos: lejos de sus gente y sus hogares; en un lugar desconocido sin ningún tipo de ocio para entretener. Dos meses después, su rutina es algo más alegre, aunque siempre con taquicardia al recibir una llamada de su gente.

Yehor Makotra y su madre Olga Motruk FERNANDO RODRIGUEZ

"Estamos deseando volver a casa cuando se estabilice la situación", dice Olga Motruk junto a su hijo de cinco años, Yehor Makotra, que no se separa de su peluche de "Desdentao" el protagonista de una película infantil. "Fue un periodo de adaptación complicado", afirma. Y rememora: "El viaje fue muy largo. Cruzamos Moldavia, Rumania... Muchos países hasta llegar a Asturias". Aunque la acogida resultó tan calurosa que con el tiempo ha generado una sensación similar a la de hogar: "La gente nos ha hecho todo más llevadero".

La comunidad ucraniana de La Corredoria se autogestiona, tal como asegura Gómez. Son autónomos, disponen de sus medios y saben desenvolverse con soltura si necesitan algo: "No hace falta llevarles de la mano, se están integrando de maravilla". Según Jesús Vallés: "Son proactivos a pesar de la dificultad que impone el idioma. Están deseando hacer cosas".

Terminan de compartir su experiencia con LA NUEVA ESPAÑA y, como prometió su madre, lo primero que hace Mykhailo es ir en busca de su bicicleta. Toca entrenamiento y en su cara se refleja un atisbo de sonrisa, la felicidad del pequeño parece ir sobre ruedas.

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