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Alma de Oviedo: El gusto está en los genes

José Juan de Blas aparcó la medicina y el buceo y acabó encargándose de la confitería familiar con ganas y sin habérselo propuesto nunca

Alma de Oviedo. Retrato a José Juan de Blas. LUISMA MURIAS

José Juan de Blas Mut tiene unos ojos pequeños y muy vivos que parecen ir mucho más rápido del primer golpe de vista. Esa agilidad fue, quizá, la que le salvó el primer día que bajó al obrador de la confitería paterna. Tenía 29 años, una carrera de Medicina, una trayectoria profesional como buzo que había empezado en el servicio militar y un desconocimiento absoluto del oficio de las masas, los pasteles y los dulces. Tampoco estaba llamado a heredar el negocio familiar, pero su hermano Eduardo ya le había liado para cederle el puesto. Así que aquella mañana los trabajadores de Camilo de Blas clavaron la mirada en el señorito recién aterrizado y el más aguerrido le soltó, entre la risa contenida del resto de compañeros: "Perdone, ¿cuántos plastones tenemos que hacer hoy?". Y esa mirada veloz apreció que uno de aquellos muchachos, un chavalín entonces, poco más de veinte, le enseñaba discretamente cinco dedos por debajo de los brazos cruzados. José Juan, que añora sus últimos años como actor teatral, soltó aquella mañana con aplomo: "Yo creo que con cinco vamos bien". Desde entonces, y hasta ahora, ha seguido al frente del negocio, y la misma casualidad que le dejó a cargo de la confitería contra pronóstico también ha hecho que el día en que nos lo cuenta coincida con el de la jubilación de José Luis Iglesias, aquel operario que le echó un cable esa mañana, después de 47 años en la casa, 20 como encargado del obrador.

José Juan fue el último de los hermanos que nació en este mismo local de la calle Jovellanos, antes de que sus padres se mudaran al barrio de Santo Domingo, y cree que pese a la falta de protocolos familiares sucesorios hay una historia subterránea que le tenía reservada este destino si se mira en el de sus antecesores. Su bisabuelo, procedente de Aranda de Duero, se estableció en León sobre 1870, con tanto éxito que hasta le sacaron coplillas, como aquella que decía "Camilo de Blas, Cipriano Lubén son de León también". El primogénito falleció y tuvo que ser el segundo, José, al que casó en Oviedo y abrió casa, en el mejor local que encontró, al lado del Vasco, el que continuó la saga. El hijo de este, Camilo de Blas Díaz-Jiménez, compartía triciclo con el de los de la farmacia Márquez cuando en la rebotica de aquel negocio, cruzando la calle, alguien propuso bautizar con el nombre de carbayón al popular dulce de almendra y yema. A José Juan todo aquello le caía un poco lejos. Entre sus hermanos no había vocaciones claras. Con el mayor dedicado al mundo de la física y la informática y el pequeño más orientado a la vena artística de los genes de la madre, María Mut de los Ríos, todos pensaron que el economista, Eduardo, sería el continuador del negocio. José Juan fue creciendo entre los padres dominicos con algunas manías que ha conservado hasta sus 72 años, como una puntualidad británica –ni un minuto antes ni uno después– que hacía tirar el pito al suelo y poner rumbo al colegio al grupo de estudiantes apostados en Padre Suárez todas las mañanas cuando lo veían bajar por la calle, como un reloj.

La carrera de Medicina en Santiago le valió para ganarse el favor de algunos mandos durante el servicio militar en Cádiz, para que le dejaran seguir con el buceo y no le mandaran a enfermería. Su hermano Eduardo, que había hecho la mili en el obrador de la calle Jovellanos, le pilló en una de aquellas idas y venidas y le explicó que sus planes eran otros y que tenía que ser él quien se hiciera cargo, que no se podía dejar tirado a padre ni a la tía. José Juan intuyó que sería duro volver a empezar, pero se dejó llevar y con los años logró profesionalizar todo aquel entorno de trabajo y hacerlo crecer. Recuperó incluso hace seis años la tienda de Gijón, que había cerrado en los sesenta, y jura que hay clientes de allí que con el regreso de sus pasteles han recobrado la memoria, instalada en ese lugar donde se juntan las yemas y la almendra.

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