"El hogar", un homenaje de Julio de la Fuente a la intensa expresividad emocional del cine mudo

El cineasta moscón presenta en el Filarmónica su segundo largometraje, una historia de "okupas" en los años 20 que remite a Chaplin

Por la izquierda, Luis Mottola, Julio de la Fuente y Nerea Garmendia. Delante, Noa Millán, Daniel Díaz y Zöe Millán.  | Miki López

Por la izquierda, Luis Mottola, Julio de la Fuente y Nerea Garmendia. Delante, Noa Millán, Daniel Díaz y Zöe Millán. | Miki López / Tino Pertierra

Tino Pertierra

Tino Pertierra

"Mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia".

Charles Chaplin

Pocos cineastas como Charles Chaplin (Charlot) supieron plasmar con insuperable mezcla de sonrisas y lágrimas los dramas de los parias de la tierra, las tragedias de los desposeídos que luchan por sobrevivir en un mundo de injusticias y egoísmos. Pero el autor de "El chico" encontraba siempre la forma de aportar un rayo de esperanza desde la comicidad engarzada a veces al llanto. A ese cine mudo de inmensa elocuencia dedica el cineasta moscón Julio de la Fuente su segundo largometraje, "El hogar", que se presentó ayer en el teatro Filarmónica de Oviedo, con tersas imágenes en blanco y negro y con cartelitos de sucintos diálogos pespunteando la narración para sustituir la voz por las letras.

En la puesta de largo(metraje) de su nueva creación, De la Fuente estuvo acompañado por parte del reparto: Luis Mottola, Nerea Garmendia, Zoe Millán, Noa Millán, Daniel Díaz, Ángel Héctor Sánchez y Miguelo. El director y guionista dio las gracias a patrocinadores, equipo y público, y realizó un pequeño homenaje a Philippe Hardoy, actor que encarna con un toque de elegante misterio al enterrador y que falleció hace un mes a los 55 años.

A pesar de que la historia se desarrolla en los años 20, "El hogar" plantea una problemática muy actual: las peripecias de una familia "okupa" que, sin techo donde cobijarse, vaga por esos mundos de adiós continuo malviviendo de la compasión de unos y soportando el desdén malencarado de otros que les reprochan tener tantos hijos (tres) y, encima, no cumplir con las normas conyugales más férreas. Y que encontrarán cobijo en la casa de un doctor ausente para disfrutar brevemente de los placeres del todo incluido. Hasta que llega el dueño, claro, y todo se vuelve oscuro.

De la Fuente arranca su película –muy distinta en forma y fondo a su debut, el thriller de acción y redención "El último invierno"– con bucólicas imágenes de la Naturaleza en la que esa familia desarraigada y desamparada es feliz a su manera. Con poco se conforman: juegan, comen pescado atrapado en el río... Cuando llegan a territorios urbanos (ovetenses, para ser exactos), el inestable romanticismo (petición de mano con un anillo de cordel) se mezcla con la angustia de dormir en la calle y los placeres fugaces que proporciona la caridad: una niña cede sus pasteles, una mujer "dona" una manzana rápidamente devorada, dejando a la benjamina con las ganas, en uno de los mejores momentos tragicómicos.

La película gira en su segunda parte a un abordaje más coral de la historia. Aumenta de forma significativa el número de personajes que irrumpen en escena, cada uno de ellos convertido en estereotipo social: políticos, policías, médicos, curas, ladrones de gallinas, enterradores, campesinos, beatas, prostitutas, cabarateras, buhoneros, periodistas... Hay incluso escopetas irracionales y un guiño a los famosos policías bigotudos de la Keystone que tanto corrían y aporreaban en el cine mudo.

Más berlanguiano entonces que chaplinesco, De la Fuente utiliza el embarazo y parto de la protagonista para trenzar elementos de suspense con un mensaje de solidaridad que encuentra en su desenlace el mejor camino para devolver la confianza en el ser humano, o en una parte, al menos.

La sobreactuación habitual del cine mudo, donde la gesticulación era una forma de sustituir la información del diálogo, está amortiguada en "El hogar", que concede más importancia a las miradas en los momentos dramáticos y solo permite el exceso en los instantes que reclaman comicidad.

Luis Mottola y Nerea Garmendia se compenetran bien a la hora de dibujar una pareja que compensa con entusiasmo y amor las penurias de una vida errante y sin futuro. Los niños Zöe y Noa Millán y Daniel Díaz están convincentes y el veterano Valentín Paredes es un impecable "doctor Gaspar" que sabe mostrar tanto la sorpresa inicial al encontrar su casa "okupada" como su progresiva evolución hacia la comprensión y el compromiso. La música del gran Isaac Turienzo marca con elegancia el compás del drama y la comedia y Benito Sierra propone una fotografía de intensos contrastes que sirven de acomodo a (co)medidos movimientos de cámara.

Como dijo Chaplin, "estoy a favor de la gente. No puedo evitarlo". Y De la Fuente, a la vista de "El hogar", tampoco.

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