Alma de Oviedo

No hay color para María Abascal, la diseñadora y pintora que cambió Milán por Oviedo

María Abascal dejó Milán por Asturias, aprendió a apagar el ordenador, y ahora diseña a su ritmo y pinta más

María Abascal, frente al acceso al área pediátrica del HUCA, donde ya se ha instalado su mural.

María Abascal, frente al acceso al área pediátrica del HUCA, donde ya se ha instalado su mural. / Irma Collín

Chus Neira Foto: Irma Collín

El verano empezaba a filtrarse entre las copas de los tilos de la vía Bartolomeo Eustachi cuando María Abascal atravesó la puerta del estudio de Patricia Urquiola nerviosa y acongojada sabiendo que aquella sería una de las últimas veces. Pensó en el primer día que había entrado allí, hacía ya cinco años y en la primera vez en Milán, en el Salone del Mobile de 2007, cuando le presentaron a la diseñadora y le dijo que le encantaría entrar en su estudio cuando acabara la carrera: "¿Y tú a Milán a qué quieres venir, a encontrar un novio o a olvidarlo?".

1. Con sus padres, Pipo y Marisa, y sus hermanos, en una fotografía de infancia. 2. Trabajando con Patricia Urquiola en el estudio de Milán. 3. Pintando un paisaje del natural. 
4. Con su abuela Marisa León, «Mamama», sus hijos, Fonsi y Loreto, y su marido, Alfonso Orejas, este verano en Ribadesella.

Con sus padres, Pipo y Marisa, y sus hermanos, en una fotografía de infancia. / LNE

Ni uno ni otro. María había crecido sin casi saberlo en el mundo del arte y el diseño que se cocinaba en la burbujilla del salón de su abuela Marisa León, "Mamama", donde sus cinco tías y su madre se afanaban en todo tipo de proyectos y la matriarca iba orientando. "Ayúdame con esta camisa, mamá". "¿Cómo podemos encuadernar estos dibujos?". "Dale las pinturas a la niña". Las revistas de decoración crecían en los rincones y entre los libros de arte de la biblioteca una podía descubrir a todos los maestros de la pintura. Allí no se paraba de producir. Tampoco en verano, en Ribadesella, cuando Mamama enseñaba a su nieta el proceso de estampado natural por el que un alga puesta a secar en una piedra dejaba una huella original y preciosa.

No hay color

Trabajando con Patricia Urquiola en el estudio de Milán. / LNE

Por eso, y porque su amiga Paloma Arnott ya lo estaba haciendo, y también porque en Madrid tenía la casa de sus tíos, al final Pipo Abascal y Marisa Céspedes accedieron a que su hija María se fuera a estudiar a la Politécnica.

Fueron años de cambios y collage que avivaron más su mirada franca, casi inquisitiva cuando le sale la curiosidad irrefrenable de niña grande. Los recuerda ahora con el choque cultural del primer día, cuando el profesor entró en clase y fue la única que se levantó de la silla. La capital y el horario vespertino le permitieron andar de noche, trabajar de día y dejarse caer por la facultad al caer la tarde. Con Patricia Urquiola había sido otra cosa. Milán no es una broma. Ritmos suizos y mucho trabajo. En aquellos cinco años había empezado con los pequeños recados, había estado en el taller de modelaje, se había especializado en los materiales, había pasado de ver cómo se ponía en marcha un hotel a estar diseñando cinco a la vez. Hicieron hasta una ópera en Oviedo. "L’incoronazione de Poppea". Con Sagi.

Pero había llegado el día en que supo que llevaba tanto tiempo en Italia que si no regresaba se quedaría para siempre. Echó de menos a sus abuelas, tener cerca a su hermano pequeño. La familia. Y durante todo el día intentó entrar en el despacho de Patricia para decírselo. Pero cuando no estaba con un periodista atendía una llamada importante. Estalló a última hora y se lo acabó diciendo mientras lloraba a moco tendido. Patricia Urquiola entendió a aquella paisana carbayona y la tranquilizó: "No seas exagerada, son etapas". María sigue teniéndole en cuenta toda la delicadeza de aquel trago: "La adoro, era mi jefa, es un referente".

La vuelta a Asturias le enseñó que también se puede apagar el ordenador. Se tomó su tiempo, se encontró con Fonsi Orejas y le hizo toda la gracia. Pintó más y trabajó mucho. Interiorismo con Manolo Yllera, una casa con Clara Figaredo, telas con Marcos Luengo. Lo penúltimo, sus animales grandes en colores golosos que trepan por los muros de Pediatría al llegar al HUCA. Su hijo mayor, cinco años, le pide que el próximo sea un gorila. La vida sigue.

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